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Eclisse :|| Strega medievale
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ZVS1535637 · 31-35, M
Los iris aureos del jayán, refulgían con una mayor intensidad que antes, y cuando dilucidó en pleno la figura que allí se alzaba, retándolo, bramando salvajemente, la boca le salivó y aunque esa ultraterrena oscuridad que ya se había posado sobre su estampa, había aumentado considerablemente con el pasar de unos pocos segundos, esto no le impidió sonreír, con una amplitud sádica y terriblemente salvaje, mientras las sombras parecían alargar sus caninos y el resto de su dentadura; su rostro era el de una Bestia, una Bestia terrible, de los Abismos más pérfidos.

¡¡¡¡Llll nog* Maldita Vaca!!!!—(Vamos*)


La exclamación soltada, al advertir la acometida que producía la entidad mientras se dirigía hacia él, era acompañada por el estrépito que producían las pisadas de su antagonista. Amenazaba con derrumbar con la fuerza, liberada durante la carrera, todo aquello, pero al castaño esto parecía no preocuparle, y en contra de todo sentido de supervivencia, quedó ahí, inmóvil como una torre, aunque por alguna razón los efluvios y vapores sombríos que comenzaban a surgir de su cuerpo, lo dotaban de un aspecto más recio que hace unos minutos -cosa de por sí increíble-; y es que, los músculos y el cuerpo en sí del Errante, había sido ya imbuido por el ꀰ’ryl, es decir, esta fuerza sobrenatural que procedía del metabolismo que existía en su Deífico ser.

Como el Lobo, que hambriento, sigue los movimientos de su presa, Zothernam observó con cuidado cada paso, cada descarga de furia que daba el mentado Toro, en su avance. Y cuando parecía todo perdido para él, cuando ya la figura taurina y a la vez humanoide estaba encima, pretendiendo cornearlo con los portentosos cachos, cual Tempestad, el Rey de los Titanes de Fälbach, descargó, hacia el frente, un puñetazo, con la intención de impactar al Gran Apis ahí, en la frente, dónde entre los cuernos y el halo solar, se abría un espacio.

El movimiento súbito de su cuerpo, adelantando de golpe el hemisferio diestro de su cuerpo respecto al izquierdo. Mientras accionaba, su garganta también bramó, gutural, cavernosa —¡¡¡Hooooo!!!—Ahora, aunado al hecho de que el barbárico guerrero poseía fuerza -naturalmente- suficiente para mover objetos de excesivo tonelaje, existía también ese ꀰ’ryl, que no sólo lo recorría y envolvía como un aspecto cosmético; había empleando un ápice de dicha energía, instintivamente, para imbuir su extremidad, haciéndola más dura, más -si era posible- resistente, para soportar el colosal impacto que se produciría a continuación. Y es que, por la velocidad y el peso que arrastraba el Toro, sumado a la portentosa violencia con la que Zoth lo golpeaba, un terrible choque se produciría. Si antes aquellas fundaciones se cimbraron, ahora, casi estallan y dicho impacto se sentiría en toda la ciudad, como un Sismo. Sin embargo, la confusión y toda la tierra y polvo levantada tras dicha colisión, no sería suficiente para aturdir los sentidos del Huargo de Volwoz, pues este, agudo, como el avezado guerrero que era, se mantendría alerta ante cualquier reacción de su antagonista.