— ¿ Queeeeé ? ¿Cómo que no me permitirá una mascota? (...) ¡Pero si ya prometí ser en extremo cuidadosa, (...) ... No, no hará ruido. ¡Que no! (...) Pues si no estoy pensando en meter una granja al departamento, sólo un animal peque-... (...) Bien.
Suspiró.
—Claro, entendido. (...) Naaada de nada, descuide. (...) Claro, cuente con ello. Adiós.
Colgó.
Si había una cosa que definitivamente no gustaba de New Haven era... ¡Esa maldita mujer! Siempre le tenía una negativa absurda para cada petición razonable que ella daba. Es decir; cualquier occidental pensaría que un arrendatario joven podría traer problemas; fiestas ruidosas, suciedad, llegadas en plena madrugada... Pero Sada era una chica sumamente tranquila; los meses que ya había vivido allí, había demostrado una conducta impecable. ¿Entonces qué encono tenía con ella la horrible casera?
Sólo le bastaron unos minutos dentro de aquél departamento en la primer planta (al que por cierto se escabulló con ayuda de un cerrajero sobornado), para adivinar que la casera tenía una mentalidad tan apretada como sus sosos gustos en decoración de interiores. Dejó de contar las esculturas de gallinas rechonchas cuando recorrió medio pasillo dentro de su hogar. Sada no solía tomar venganzas; de hecho su carácter resiliente la ayudaba a pasar por alto varias faltas. Pero ésto; ¿ésto? ¿Prohibirle tener una pequeña mascota? Eso ya era el colmo. Lo tomó personal, con toda la rabia inequívoca, irreflexiva y, seamos sinceros, incomprensible de la que podía ser la nipona.
¿Brandy barato en la mesa de centro de la sala? Sada le dio una escupidita y lo revolvió bien, muy bien, para que el sabor a saliva japonesa mezclada con chicle de menta y eucalipto no fuera tan perceptible. Es más: de pronto y hasta le estaba mejorando el sabor al cochino alcohol de la vieja. Sí, así de asqueroso y vil pero bien se sentía el saborcillo de la venganza inocentona y silenciosa. ¡Es más!; llevaba todo su kit del "desquite y despecho", así que material no le haría falta. Por ejemplo, cuando recorrió brevemente la habitación de la mujer, no tardó en dar con su cajón de la lencería sexy: transparencias y encaje en XXXL, todas rojas, una que otra negra y la más kinky, la morada, llena de tiras y agujeros estratégicos en la entrepierna y pezoneras.
— Señora Bergile, ésto apenas y ha tenido uso. Con razón está tan amargada, y tan grosera, y tan... ¡Tan mezquina!
Decía una despechada Sada, mientras espolvoreaba hojuelas de pescado secas en esa ropa. Posiblemente en un rato la conciencia le diría que actuó mal, muy mal. Posiblemente se pondría a pensar en cómo la regañarían los chicos, pero vamos; ¡son chicos! Podrán comprender sobre la mafia, venganzas, movimientos estratégicos y tácticos. Pero nunca de la venganza de una mujer. Así que, ya hasta enojada por el regaño imaginario que visualizaba de parte de todos, más apestó la ropa de la mujer. Total, hoy era una Sada s a v a g e.
¿Eso que ahora veía en la ducha era jabón de ducha vaginal? Bien. Pues, tomándolo con guantes, le vació jugo de jengibre que había preparado unas horas atrás; porque sí, aquel era un plan premeditado. Tras tapar la botella e ir a hacer lo mismo con el jabón de cara, se quedó quietecísima. ¿Escuchó un ruido o fue su imaginación? Algo como pisadas... No; no pisadas. Era algo pequeño, algo como un juguete rodando en una alfombra. ¿Eso significaba que no estaba sola allí?
— Oh, rayos. 仕舞った, 仕舞った!
Rápido guardó todo que marcara huella de su paso allí; siempre habría de agradecer su tamaño y complexión que le permitieron meterse en el pequeño almacén de productos de limpieza. Si alguien notaba su presencia, estaba un poco en problemas.
Un "poco" mucho.
SW-User
//Perdona la demora, soy idiota y escribí la respuesta pero no se me ocurrió venir a pegartela(?)//
¿Que podía hacer una joven como Cossette en un lugar tan inhóspito? Bueno, a veces ella misma se hacía esa pregunta, sobre todo cuando por impulso simplemente se movía hacia un nuevo sitio con el simple afán de buscar algo nuevo, aquella vez se había movido a recorrer un hermoso bosque nevado, acompañada de un grupo con guía al que pronto había dejado atrás, movida por la curiosidad de conocer más que lo que el recorrido turístico ofrecía, el frío calaba pero procuraba ignorarlo, envuelta en un gran abrigo, guantes y bufanda, además de un gorro de lana tejida.
Tampoco era tan tonta como para ir por ahí, al corazón del bosque donde podía perderse, el recorrido llegaba hasta un río en donde se detuvieron para tomar un descaso, mientras todos se dedicaban a tomar el almuerzo y algo para entrar en calor ella decidió caminar por la orilla tomando fotografías o simplemente disfrutando del paisaje. Fue entonces que vio algo que le llamó la atención, una gran figura envuelta en un denso pelaje, en principio pensó que podría ser un arbusto raro, pero conforme se acercaba se dio cuenta de que era un animal, un lobo, para ser más específica ¿Estaría dormido? Pronto supo que no, pues la sangre en la nieve delataba su estado —Ay no, pobresito... — Musitó, mientras se acercaba con cautela, pensó que tal vez estaba ya muerto, pero al verlo respirar supo que aún podía hacerse algo.
Se quitó la bufanda que llevaba, por suerte bastante gruesa y larga y buscó con sus manos el origen del sangrado, entre tanto y pelo y cuando lo encontró sólo pudo actuar acorde a los primeros auxilios que sabía —No va a ser suficiente... Pobre pequeño... Tal vez pueda ayudarle de otra forma...— Con sus manos presionaba la tela de lana para parar el sangrado y mientras lo hacía comenzó a transferir energía hacia la herida, buscando cerrarla, no era diestra en la magia de curación, pero al menos sabía hacer algo básico, no podría curarle todo, pero al menos sacarlo del peligro.
—Vamos chico... Tienes que levantarte... Podrían venir por ti y los dos estaríamos en problemas— Murmuraba con voz dulce, pese a hablar con un animal mucho más grande que ella y que tal vez al recuperarse podría atacarla.
Tampoco pretendía engañarte, dudo que tu olfato falle en ese tipo de cosas. -No se vio ofendida ante la palabra, pues no se alejaba de aquel concepto.- Sí, desenfunda tus dientes y gruñe cuán quieras, eso no va a cambiar mi opinión sobre ti.
