Abrazándolo, acarició la infantil cabecita y peinó sus cabellos a modo de consolarlo.

—Fei, Fei... no puedes decir eso, he visto con mis propios ojos la vida digna que les has dado a tus pequeñas hurones. Tienen libertad pero una gran lealtad hacia ti.

Pausó un momento al ver el clon de Fei, parecía inmutable en su misión de hacer todas las labores del hogar, nada más y nada menos que por su tercer hijo.

—Con tu tercera cría es lo mismo. Ninguno de ellos estaría mejor que contigo.

Llevó una de sus manos a su pequeño rostro y buscó limpiar sus lágrimas con algunas caricias. Su piel era suave como la de un bebé y su expresión en demasía tierna.