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[...] El que se hacía llamar Gaikos cerró los ojos, con sus delgadas manos tomó los bordes de las prendas que crearon el escote ajeno, se aferró a sus prendas con firmeza y finalmente adentró un poco más su rostro sobre ella con la intención de apoyar su frente contra su esternón, por debajo de la articulación que unió este hueso con ambas clavículas, por supuesto. Esto no fue un acto atrevido o gratuito; no tuvo contacto directo con sus ojos y ciertamente el silencio ameritó, por eso, empleó él una forma más directa e invasiva para comunicarse, invadir sus pensamientos a través de un susurro que aplastó sus pensamientos, una muestra de que no era un "humano ordinario", un acto prohibido entre los mortales—. «Realmente eres un mar de contradicciones, increíblemente humana, ¿será este el origen de tu odio?» —un zumbido aterrador, palabras nítidas como el firmamento estrellado, todo acompañado por una risa maliciosa que luego llamó a la seriedad—. «No respondas; voy a pedirte algo [...]
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