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[...] era idónea para aguardar el hastió de su acompañante y el quiebre de su voluntad tras tanta charla carente de sentido. No tuvo más que agregar y fue por eso que él la comenzó a ignorar; aprovechó para proyectar a futuro, rememoró algunos objetivos celosamente custodiados y se dejó maravillar por la incertidumbre que impidió lograrlos. La meditación lúcida era práctica de pensantes, como también de embaucadores, claramente él era de los últimos, pero al menos su malicia pareció mesurada, de alguna manera extraña.
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