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Sakuya no presento ningún gesto de intimidación, más bien complacida a ser esa exquisita ofrenda para el vampiro, la albina no tenía absolutamente nada que perder, era simple; iba a ser el artífice del deseo hasta caer en la lujuria por parte de Dio.
— Soy completamente suya, My Lord Dio—
Sentir esa mano y observar ese cuerpo tan férreo sobre ella lograron un muy tenua rubor sobre las pálidas mejillas de la sirvienta quién se atrevió a colocar las pequeñas manos sobre los hombros del vampiro y atraerlo sobre sí misma para depositar un beso en esos tan anhelados labios.
 
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