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[Rol Libre] [Dimensión 1 – Tierra 1 (Nombre Oculto)] [Oculto] [Loc: Territorios de Iriel ᴱᶛᵸᵋᶫ] [Planicie y bosque frondoso donde habita la mítica regente de los bosques cuyo acceso evoca al misticismo y la magia.]
 
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(...) y la siniestra buscó hacerles sombra. Por su parte, la extremidad imbuida con la magia arcana volvía a manar aquel cosquilleo indoloro dándole paso aun estallido que materializó, en medio de un aura azulada que contrastaba con la púrpura del hombre, un frasco con el extraño [i]líquido catalizador[/i] en su interior prometido.

[c=#660000]- Gracias Mi Señora.[/c] – Dijo a las sílfides bajando su mano para poder apreciar embelesado aquel brebaje que flota sobre su palma.

(3)
(...) espalda contra el árbol para recordar las palabras de [i]la gran elfa[/i] y las indicaciones que se le fueron otorgadas. Así fue como la noche llegó, no hacía frío y por unos minutos el [i]heraldo infernal[/i] dormitó oscilando entre sueño lujuriosos y proféticos, hasta que la gran yegua con su hocico húmedo, le dio cariñosos empujoncitos sobre su mejilla derecha despertándolo.

[c=#660000]- Hermosa, ¿Ya es hora?[/c] – Dijo aperezado, dirigiendo sus manos hacia su rostro buscó lucidez y fuerza para levantarse. Caminó lo suficiente como para poder ver el firmamento mágico y cargado de estrellas, tantas como dioses hay en los mundos y que ahora son sus testigos.

La diestra alzó como si esperanzado buscara atrapar alguno de los fulgores fijos en lo alto al lado de su Diosa y de inmediato, con una fuerte ráfaga de viento que esparció su [i]perfume infame[/i], la runa [i]Cadaith[/i] en el dorso de su mano, brillo tanto que sus luceros fueron lastimados (...)(2)
Fue un día largo de cabalgata por caminos intrincados, praderas y bosques tupidos que con cada zancada de su [i]frisón[/i] los dejaba atrás y lo acercaba más y más a sus tierras. Sin embargo, con la caída del astro rey en el horizonte y el emerger de su [i]Reina Isilmë[/i] rozagante y plena, fue momento de descansar el cuerpo y la mente de ambos seres. Tensando sus riendas le insinuó a [i]Ignis[/i], su corcel, que se detuviera gradualmente y la condujo a galope lento hacia un montículo en medio de una gran planicie verdosa, allí donde un solitario roble torcido y viejo elevaba orgulloso hacia los cielos su frondosa corona natural que los cobijó al llegar.

Sin más, desmontó y dejó libre a su acompañante para que pastara tranquila mientras él se sentó apoyando su (...)(1)

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