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Llegó tarde al primer día de clases por haber hecho que una de sus compañeras llorara diamantes antes de la entrada. Para Janâ fue una venganza justa. La niñita con colmillos había llamado “pajarraco de cementerio” al cuervo Certus, su amigo. Entró al salón y la maestra, que parecía una bruja, le indicó su lugar al lado de la ventana. Cuando acomodó sus útiles encontró en su cartuchera la goma de borrar que el niño tímido le había dado. J + A se leía en la superficie de color violeta.
Qué humillante, sentía las mejillas ardiendo.
 
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AemondTargaryen · 31-35
Jana en su castillo, uno donde él sería rey. La idea resultó sumamente tentadora, tanto que lo imaginó por unos segundos. Mientras su mirada parecía ausente por ese lapso tuvo que aceptar en su interior que aún había algo de ese niño idiotizado por ella, o mucho.

¿Podría permitirse ese premio? Volvió a la realidad, entonces miró su rostro. Ambas manos sujetaron sus brazos justo debajo de sus hombros, y ahí sus dedos se cerraron fuerte. Sus propios labios se apretaron en una línea, delatando que en su mente había una lucha interna entre hacer lo necesario y tomar lo que quería.

Ella estaba justo en sus manos. La quería, pero al mismo tiempo odiaba que tuviese tanto control sobre él, y estaba perdiendo. Supo que estaba condenado cuando no pudo contenerse más, así que la empujó contra la pared; no fue amable, tampoco quería serlo.

Avanzó los pasos para acorralarla contra su cuerpo, alcanzó el interruptor de la luz y la apagó.

— Cállate. — Murmuró irónicamente tan gentil, justo
 
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