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Llegó tarde al primer día de clases por haber hecho que una de sus compañeras llorara diamantes antes de la entrada. Para Janâ fue una venganza justa. La niñita con colmillos había llamado “pajarraco de cementerio” al cuervo Certus, su amigo. Entró al salón y la maestra, que parecía una bruja, le indicó su lugar al lado de la ventana. Cuando acomodó sus útiles encontró en su cartuchera la goma de borrar que el niño tímido le había dado. J + A se leía en la superficie de color violeta.
Qué humillante, sentía las mejillas ardiendo.
 
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AemondTargaryen · 31-35
Sonrió lleno de nostalgia. ¿Cómo habría sido algo con ella aún bajo la inocencia que solía tener? Quizás habría sido lindo, pero ciego a la realidad. La vida no sólo era dentro de la academia, pues en el exterior le esperaba un destino muy opuesto; se equivocó al pensar demasiado en cosas triviales.

— Aprendí, Jana. Aprendí muchas cosas, y conocí el verdadero dolor. Eso me enseñó que hay algo más que quiero, algo que puedo alcanzar si doy los pasos correctos... — Su sonrisa cobró un aire distinto cuando un especial brillo en su ojo delató una pizca de maldad. Aproximó los labios a su oreja, y allí se atrevió a delatar sus intenciones.

— Quiero ser Rey. — Confesó, y con ello también le hizo saber la gravedad de sus planes. Él no era el heredero, su hermano sí; quien ya había salido de la academia años atrás, dejando una reputación de borracho e inútil.

Aemond pensaba traicionarlo.
 
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