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You bastard....(?)
 
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Zo1558476 · F
Zo1558476 thinks you are Mysterious.
SW-User
Miles de gracias por aceptar. Solía rolear de una Stark antes, ojalá vuelvan esos tiempos y rol cuando guste.
I1551869 · F
[media=https://www.youtube.com/watch?v=WpbEcC_tmXM]


Ramsay Bolton apareció en el reflejo del espejo, más acicalado que en su primer encuentro. La princesa quedó por unos instantes, mirándose. Era la primera vez que se veía reflejada tan nítida, después de su autoexilio. El juicio resultó en que su cuerpo había adoptado una forma heterogénea. Ya no todo se resumía en líneas rectas y simples. Existían sinuosidades que no había apreciado antes.

Descendía la mirada y la volvía a levantar. Qué extraño. Incluso juraría que su rostro se había alargado. Era una mujer ahora. El año fuera la llevó a desarrollarse a una velocidad increíble, tal y como los campesinos que trabajan el cuerpo a temprana edad. La única diferencia es que no gozaba de tal musculatura.



Qué belleza. Como debes de ser. Una bonita decoración. —susurró una voz femenina en su oído, una que solo ella pudo oír y era familiar.

Ella aceptó el ofrecimiento con una sonrisa silenciosa, y se dedicó a seguirlo por los pasillos. El recorrido la inquietó, pues aquella decoración, por muy exótica que fuese, le supuso una atrocidad que no se atrevió a comentar, así como mentir descaradamente mediante una sonrisa y asentir con la cabeza a lo que decía.

Incómoda fue su llegada al comedor, sentándose donde se le indicaba. Era como estudiar las diferencias entre los recuerdos de su casa y ese mismo comedor. Era inquietante, una versión sombría de lo que fue y dejó de ser. Su corazón tamborileaba, al compás de un sonido sordo en sus tímpanos y venas en el cuello y muñecas. ¿Qué posibilidades había de que la preguntasen de su procedencia? ¿Cómo se defendería? ¿Si descubrían su secreto, la casarían o la despojarían de su derecho a estar con su familia, cual bastarda?

Si bien los rumores de ser una enviada de los dioses le sonaban cuanto menos extravagantes, no se había que analizar mucho para distinguir. Igone era bella, delicada como una flor e ingenua hasta la frustración. El resto, sus padres y hermana, parecían más intentos de nobleza. Las pieles no eran naturalmente níveas, los cabellos castaños y ondulados, de labios finos y narices puntiagudas. Cualquiera imaginaría que Igone solo estaba ahí para ser una decoración, pese a que fuera oficialmente hermana de la princesa digna del trono de Ozaguirr. Existían tantas preguntas, y aún no sabía con qué posible respuesta convencerse.

—Sí. Sus damas son delicadas y perspicaces. Admiro a la gente que enseña bien a sus sirvientes.— no sonaba como una respuesta propia de ella, dicha de una forma tan fría como artificial. Era punzante, mas no hacia él, sino hacia la mujer.

Empatizaba pese a no poder contener aquella sensación de superioridad hacia el que sirve. Ese tipo de facetas solo traían más hipocresía hacia lo que realmente predicaba -y de corazón creía-. En el interior, uno no podía luchar contra su naturaleza.

La miraba, carente de expresividad, indiferente. Podía ser escrupulosa y disimularlo en el proceso. Persistía aquella fama de fisgona, de comprimir la oreja sobre las puertas durante asuntos importantes. Ah, cuántas veces se había salvado, con las herramientas necesarias.

—La comida es deliciosa, no he comido nada parecido en lo que parecen cien años.

Sonrió con los dientes, satisfecha por el sabor del venado. —Creo que no he podido agradecerle apropiadamente por su generosidad, mi señor.
I1551869 · F
Un coro de cascos la despertó de su ensoñación. La modorra la había desorientado, mas no del hecho de que tenía la cabeza apoyada sobre su espalda, y estaba tímidamente abrazada a él para mantener el balance sobre el corcel. Por un tiempo indefinido, se regocijó en la calidez humana, cual polluelo que recibe el calor de su madre tras retornar al nido. Había pasado tanto tiempo. El aliento en la oreja advirtió a aquel héroe que la princesa despertaba, abochornada por su descuido.

El cielo que se teñía de sangre fue lo primero que advirtió. En su mente sonaban las trompetas atronar el aire reverberándose, como el instante en que una batalla daba comienzo. Inquieta en su asiento, admiró la grandeza del castillo. Una incertidumbre no la dejaba respirar, algo aprisionaba su pecho en el fluir del aire hacia sus pulmones. No era la primera vez que lo sufría.

—¿Éste es su hogar, mi señor?

Le susurró al oído, con el peso de algunas miradas durante el cruce del portal hacia su interior. Algunas sirvientas recibieron a la princesa, quien magullada y desaliñada, recibiría el trato necesario para ser aseada y vestida apropiadamente -aún portando ropajes de tejidos caros, ahora reducidos a meros harapos.- No supo si le aterraba más el que la separasen de su salvador, o el tener que adentrarse, casi obligada, en un terreno que desconocía. Varias damas la ayudaron a descender del caballo. Sus rodillas cedieron, perdiendo el equilibrio. Las mujeres la sostuvieron con los brazos bajo sus axilas, irguiéndola. Estaba crítica, débil y desnutrida. Había pasado demasiado tiempo fuera, y cualquiera podría señalarla de salvaje, si no fuera por su cabello blanco, ahora con tono grisáceo.

—Será preparada para la cena, mi señor.— avisó una de las mujeres, con un brillo de temor por posibles represalias. —Esperemos esté a su gusto.

[...]

Sufría de una leve hipotermia. Las mujeres la bañaron, silenciosas, en agua tan candente que le quemaba. La habitación se llenaba del vapor que, por suerte, salía por una ventana. La fricción de los trapos contra sus heridas y rasguños eran otra molestia que se añadía a aquel amargo plato. Empolvaron su rostro con harina de trigo y su cuerpo fue bañado en agua floral. Ataviada con un vestido, cuando estuvo preparada, le permitieron de su rato de privacidad en su alcoba.

Ah. ¿Qué estoy haciendo?
Aquí me hallo, en un castillo, encerrada. De nuevo.
Esto no tenía que suceder de nuevo, no.
No.




Apretó la mandíbula, abrumada por el recuerdo que creyó perdido en su memoria de su hogar. Lo que menos quería, era retornar a su posición de princesa, una vez más. Vehementes deseos de escapar por el balcón cruzaban por su mente, mas se encontraba a demasiada altura. La mataría.

Recorrió la habitación. Hurgó en cada rincón, hasta escuchar el crujir de la puerta abriéndose. Se daría la vuelta, con una sonrisa en el rostro.
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