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R1581860 · M
Montar guardia en el confesionario era de sus tareas menos favoritas. Raras veces tenía la empatía para comprender la contrición de los fieles, y, aunque jamás había dado un mal consejo, tampoco lo hacía de buena gana; de modo que hubo de esforzarse para no poner la mirada en blanco y lanzar un suspiro de enfado, dando a su voz el temple más neutral posible al responder.

—Sin pecado concebida. El Señor te recibe con los brazos abiertos, hija mía —dado que reconoció la voz al otro lado de la reja como femenina al punto —; dime tus pecados.

«Y espero que sea algo jugoso», pensó con malicia.
 
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