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ElizabethAlacor · 22-25, F
Ella no había tenido tanta suerte ese día, no con el dolor del corazón roto privándola de energías para perseguir el paraguas que se le voló. Se estaba helando, con las medias pegadas a la piel y el calzado rechinando por estar lleno de agua. Con los ojos rojos de lágrimas, se sentó a esperar el autobús. Lo único que deseaba fue que sus jadeos no sean audibles. Por lo menos sus lágrimas estaban ocultas tras sus lentes llenos de gotas.
Pero de repente, que un brillo de luz transparente le refrescó la vista. Con los dedos se secó los anteojos, así distinguiría el rostro, que tan conocido se le hizo, a la distancia.
—¿Rebeka?
Pero de repente, que un brillo de luz transparente le refrescó la vista. Con los dedos se secó los anteojos, así distinguiría el rostro, que tan conocido se le hizo, a la distancia.
—¿Rebeka?
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