La ruta que tomó para caminar se convirtió en círculos y repeticiones, llegando el momento en el que paró cuando oyó, de forma vaga en la distancia, su nombre. Giró el rostro hacia la voz femenina que creyó llamarla, acercándose un par de pasos para confirmar de quién se trataba.
Contempló una chica que la reconocía, pero a sus ojos no era más que una desconocida. Su rostro, frente a la muchacha, podía verse completamente confuso.
—¿Quién eres? — quizá escapaban sus palabras con cierta pena, mas no era su intención hablar así.
Ella no había tenido tanta suerte ese día, no con el dolor del corazón roto privándola de energías para perseguir el paraguas que se le voló. Se estaba helando, con las medias pegadas a la piel y el calzado rechinando por estar lleno de agua. Con los ojos rojos de lágrimas, se sentó a esperar el autobús. Lo único que deseaba fue que sus jadeos no sean audibles. Por lo menos sus lágrimas estaban ocultas tras sus lentes llenos de gotas.
Pero de repente, que un brillo de luz transparente le refrescó la vista. Con los dedos se secó los anteojos, así distinguiría el rostro, que tan conocido se le hizo, a la distancia.
Tan tácito dolor no lograba acallar el sufrimiento que desgarraba cada parte de ella, al punto de sentir las cicatrices que su ropa escondía y no eran de hace mucho.
En medio de la lluvia, en unas horas que la gente prefería estar en casa, esperaba no encontrarse a nadie. En su cabeza no era el momento oportuno de ver personas conocidas o en sí aquellas que intentaran ayudarlas; tenía su rostro empapado de lágrimas, las mejillas tan sonrojadas como sus húmedos y cansados párpados.
¿Y si hubiera esa persona que, en el fondo, la pudiera aliviar más allá que el ambiente solitario de la calle?
La tarde yació sobre una lluvia que parecía perpetua. Rebeka salió y entró de la clínica con precipitaciones que arremetían contra el humilde pavimento; la calle que acogía el área de trabajo de su psiquiatra estaba siempre en una constante ruina, contemplándose carteles de haría ya décadas a modo estético, edificios de por lo menos con fuertes signos de deterioro debido a las Guerras Yugoslava pese al tiempo que había pasado.
Cuando la chica sentía el agua como un peso contra su paraguas, el paisaje la reconfortaba en la sensación de un sueño melancólico; los tonos grises conmovían sus cansados ojos, lagrimosos. La lluvia la abrazaba con sus frías sensaciones de humedad, ayudándola a llorar sin que nadie estuviera presente.
Caminaba sin rumbo con el intento de hallar solaz a la plétora culpa que atravesaba su débil corazón, apresado en miles de recuerdos que los vivía como si fueran del ayer.
—Atenúa alguno de mis problemas. Me quitó la ansiedad, pero no me ayuda con el apetito y el sueño. Dormir podría hacerlo si no pensara en el disco...
—¿Qué es el disco?
—
—¿Tiene que ver con las flores?
—Sí. Las flores decían que cuando saliera del sótano en un tiempo que no sé me llegaría mi disco. Dijeron que a todas las chicas les llega su disco, una copia de.. No quiero hablar de eso, Dr. Koçi, por favor...
—Rebeka, para ser nuestra segunda sesión, estás haciendo grandes avances. He tenido pacientes similares a tu caso, pero nunca les había ayudado tan bien la terapia. Dime, ¿cómo has llevado estos días? Sé que has estado en el hospital y te dieron la alta el día seis.
—No puedo dormir. Cada vez que me acuesto miro por la ventana, antes la del hospital y ahora la de mi casa. Tengo mucho miedo, Dr. Koçi. No lloro, no tengo ansiedad, en general no reacciono de forma que mis padres se preocupen. Me cuesta mucho comer porque pienso en el sótano. Todos mis pensamientos son cada rincón del sótano, no puedo olvidarlo. Me quita el apetito y el sueño. Cuando asocio, sé que ese día no voy a ser productiva. No sé si quiero volver a la carrera...
