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[code] Era sumamente esporádica la ocasión en la que la Diosa se veía sorprendida por la visita de alguno de sus caballeros, ya que desde niña había desarrollado cierta habilidad para sentirlos y reconocer así los cosmos que anidaban dentro de ellos. Por tal motivo, no pudo evitar sobresaltarse ligeramente ante la voz tan conocida del caballero de Piscis: Albafica; quien era - a sus ojos - uno de los seres más elegantes que había visto en su corta vida humana.

Una sonrisa cariñosa se asomó por los finos labios de Sasha al tiempo que lo observaba dedicarle aquella reverencia. Se preguntó a sí misma cuántas veces los había oído profesar una consagración para con ella y también cuántas de esas veces los había tomado en serio. Jamás lo diría en voz alta pero estaba segura que podía contarlas con no más de quinientos números, siendo que de niña todo le parecía un sueño tan extraño que poca o nula atención prestaba a tales formalidades. Cuán equivocada había estado ahora que conocía la verdad en los corazones de sus santos dorados.

— Albafica, llegas en un momento muy oportuno. — Mencionó con aquel tono de voz suave y aterciopelado que ese aire solemne de Diosa le había dado. Con un movimiento de cabeza, y sin perder ni un instante la sonrisa, le indicó que se irguiera segundos antes de volver su vista a la bóveda celeste. Athena gustaba de contemplar el brillo de las estrellas cuando sus noches se tornaban melancólicas merced a su pasado en el orfanato. — ¿No piensas que son hermosas? — Cuestionó con la mirada perdida en el infinito. — Siempre he creído que tú, caballero de Piscis, conoces más de belleza que cualquier otra persona así que me interesa en demasía conocer tu opinión. ¿Podrías, por favor, decirme? [/code]