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[Continuación.] -La ráfaga de aire echaba su cabello hacia atrás, los ojos se cerraron como si fuera una especie de hippie aprovechando el bello gusto de la naturaleza que resalta entre tanto panorama urbano.
 
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una impotencia que no podría jamás procesar, no podría procesarla porque ante semejante continuidad de acciones solo quedaba la emoción del abismal miedo ¿En eso se convertiría? En eso podía convertirlo ¿Como? ¿Con una mirada a esos ojos rojos del Jigoku? Lleno de impotencia el Maestro caminó hacía él, sus pasos eran lentos, como si fuese un instante de duda entre los movimientos de sus zapatos.

¿Qué le hiciste, monstruo? Era un anciano, un pobre hombre ¿Tanta es tu crueldad, tanta es tu violencia ante los demás? Su vida, su historia, sus memorias, su alma misma te atreviste a corromper. Crisis violenta en cuyo transcurso el Maestro, al experimentar la situación de oscuridad extrema como un peso definitivo, como una trampa que le pusó el demonio de la que no podrá jamás salir, se dedica a una destrucción total de sí mismo.
¿Que tan oscura puede ser un alma? ¿Qué tan podrido estaba? Seikichi siente como el corazón le da tantas vueltas en su cuerpo que parece salir corriendo por él, la vida como un sendero lleno de espinas que se clavan en cada paso que imagina que dará, la respiración se le corta en su fervor humano. El terror es así para un Maestro, una sensación que aparenta ser desconocida hasta el momento que ocurre, y ahí no hay paz que sirva para esos ojos de tigre que se hacen miedo puro en ese color de almendras que tanto ama machacar a los patéticos, a los vulgares y a los mundanos, pero un monstruo es un monstruo. No hay escapatoria de lo que ve, jamás podrá borrar de su mente la figura de ese amable anciano alzándose con ese rostro de cenizas, repitiendo algo que nadie logra entender del todo, posiblemente ni siquiera el propio policía imbuido en traje de demonio. La mandíbula del Maestro se frunce, y si tuviera dientes, garras, si su apodo fuese algo real se lanzaría en sus encimas con una...
Nexialist · 26-30, M
Mephistopheles se detiene junto a la madera de la barra, rozando delicadamente el borde con su codo mientras susurra algo incomprensible para todos salvo él mismo. El anciano repite la voz, en una pronunciación simple y vulgar.- “Mefisutoferesu”. -¿Lo doblegó? No, ya estaba doblegado desde antes, desde que murió. Aunque se siente tan vivo, el propio anciano se enfada al darse cuenta, es un enfado de vergüenza en el que sólo puede bajar la cabeza.

Mismo momento en el que John alza la cabeza hacia el tatuador con ese rostro de bruto, mismo que denota sin siquiera decirlo un "¿Contento?" entre los labios sellados que no se atreven a pronunciarse siquiera.-
Nexialist · 26-30, M
Parece dejar de lado la pobreza inmensa que se desperdiga en las palabras de la divergente corriente que siente aturdir su mente como palabras.-

Las mismas personas. -Repite, observando de reojo al anciano que desde detrás de la barra parece tenso de saber lo que en verdad le aguarda a su destino. Y son los ojos del demonio lo que lo indican, no está observando a una persona sino lo que nuevamente se repite en el lugar.- Una pobre alma que merece un descanso. -Afirma, cuando el desplome de un cuervo se hace a la par con lo que simboliza el anciano sentándose tras la barra con el corazón latiéndole con la fuerza de mil soles.

Suda, el señor suda mientras ve a ambos jóvenes.
Nexialist · 26-30, M
-Puede mirarlo aunque sea por momentos escasos, los ojos carmesí se clavan apenas durante segundos en el semblante oriental que parece filosofar sobre la sobria realidad, como si le estuviera esculpiendo los colores de su escala de grises al hablarle de lugares.- Hm. -¿Qué podría decir? La compañía del Tanizaki se le asemeja a la de una mosca, o eso indica su expresión amarga que podría confundirse con el agrado de un padre poco paciente con su niño.

Se mantiene distante de las palabras del tatuador, todavía actúa como si fuera un esnob de los insultos, uno demasiado bueno para las palabras vulgares de un ser humano. Realmente está en su ambiente, mismo que está por cambiar con el andar del demonio hacia la barra. No es una retirada, los pasos parecen de quien marcha a la guerra y sabe que no deja nada atrás por perder.

No va hacia la puerta.
hacía el policía. ¿Siempre es así tu vida? Vives en el mundo de la repetición. Esté bar, está hermosa ciudad...¿Cuántas veces la viste? Como en los restaurantes de miso de Okinawa, eres un restaurante... ¿Estaba ebrio? Quizás un poco, un poco bastante, pero sus risas sonaban tan encantadoras como dos amigos que se apreciaban desde niños, risueñas al punto de obligarle a alzar su rostro hacía el techo mientras se ponía de pie, dispuesto a acompañarle. En los restaurantes de miso, ni bien termina el último servicio se preparan las mesas, de nuevo, para el día siguiente: el mismo mantel, los mismos palillos, el mismo salero, el mismo daizu: Tu haces lo mismo. Todos los días los mismos rituales trágicos, las mismas personas, la misma historia para lo mismo...Solo puedo decir... Dejó de carcajearse, ladeando brevemente su rostro para que su mechón de cabello castaño lloviera hasta eclipsar su ojo izquierdo, casi en una pincelada. Pobre alma.
físico, como podía significar el irezumi.

¿Cómo se puede destruir a alguien? Tal vez el Maestro imaginaba una forma de hacer arte del sufrimiento de demonios, como si fuese una especie de “subida de nivel” para su capacidad de hacer retorcer a seres más peligrosos que esté nipón veinteañero ¿Qué diferencia había entre los yakuzas mal hablados y un demonio igual de retrasado? Los dos sacaban su arma, te apuntaban a la cabeza y <<¡Bang, Bang, estás liquidado, Seikichi>>. No había mucha mística en ese riesgo, no al menos para el tatuador.

¿Más privacidad? ¿No quieres meterte a mí cama, también? Le comentó envalentonado, pues el alcohol había mellado sus sensibles sentidos con más facilidad de la esperada, se levantó tras exhalar un suspiro y para la sorpresa, dedicó una pequeña reverencia al anciano que atendía el lugar por tener que soportar a quizás sus dos más excéntricos clientes.

Taihen omatase shimashita. Mencionó en genuina disculpa y dirigió su mirada..
Fusakennayo. Le insultó, claramente y conciso, lo mandó al averno del cual en primer lugar jamás debió haber salido, le observó esos ojos que tenía ¿Como podía un ser de esa indole crear un imaginario bermellón que no existía para la mente del tatuador? Estos monstruos deshacían y hacían sus sensaciones como si fuese agua siendo presionada por un par de ramas en su precioso estanque, no había mucho remedio para evitarlo y Seikichi lo sabía de antes, ya sus manos habían sido testigos de que su terquedad de nada servía en un momento así, pero aún así, no tenía ni la menor intención de ocultar lo mal que le caía ese akuma, no tanto como los otros dos, a los cuales les sacaría el corazón con ambas manos, metafóricamente claro, pues jamás el Tanizaki había levantado su mano para otra cosa que no sea tatuar. Pero eso no quería significar que no fuese cruel, para nada, si algo le ganaba a su orgullo era su sadismo, un sadismo visceral y totalmente...
Nexialist · 26-30, M
El anciano también revela una estupefacción profunda, los ojos afilados parecen dedicarse a la tensión entre los dos y ya no lo hace con la sutileza de un criminal sino con la agresividad intimidante de un profesional.

No son las palabras de John lo que llamaron la atención sino que se pusiera de pie tan repentinamente. Dejando la silla sobre la que se sentó tan acomodada como la habían encontrado.-
Nexialist · 26-30, M
Él es racista en la forma más intrínseca posible, en el espíritu. Y no es sólo que pueda reconocer posiblemente qué tipos de demonio sean según la anécdota del Tanizaki, sino que son territoriales y él es mucho más cauteloso que en el pasado.

Una vez su vaso está vacío no pedirá más, deja incluso un poco en la base. Ni siquiera llega a ser un único trago pero adorna perfectamente el fondo cristalino con dorado, resaltando sobre la propia madera.

Sus ojos ahora están clavados en el Maestro, esos ojos que parecen emerger en bolas de fuego que podrían caer directamente en dicho sujeto. No sabe qué planeará hacer con su nombre, ¿cómo sabrá que está diciéndole el verdadero?- Sólo necesitamos algo de privacidad. -El tono se levanta.

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