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Kuro lo ha dicho siempre, lo malo de la eternidad es perder lo que se ama. Y en inviernos fríos el dragón suele extrañar mucho a su hijo difunto, por que vividamente lo recuerda acobijandose a su lado. Buscando su calor para escapar del crudo invierno.
Aún lo ama tan fuertemente como la primera vez que vió sus pequeños e inoscentes ojos.
 
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Le hubiera tomado por sorpresa si no fuera por que lo olió. Seiryū estaba sentado frente al jardín de Bonsái que usualmente cuidaba en su tiempo libre. Meditaba en el recuerdo.
Podía recordar la textura del cabello del niño y sus sonrisas, incluso todos sus llamado. A su madre también la extrañaba a menudo, ellos dos eran un recuerdo compartido. Iban de la mano. Por que eran muy cercanos.
──Oh, has vuelto. Kuroi me dijo que te quedarías con él así que no pregunté nada. Esperaba a que te sintieras mejor.── Le alegraba tenerlo allí una vez más, tanto que volteó levemente y tomó el cuerpo ajeno para ponerlo sobre sus piernas.
──Tú y yo tenemos que tener una larga conversación Tomomi...──
 
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