(...) a las cualidades de esta comadreja espiritual.

Al soñar, él mismo veía a la silueta de su pequeña hermana correr por el bosque, como si los susurros del viento dijeran que estaba huyendo de él con intenciones de juego, pero las imágenes se volvían difusas, borrosas, donde el fondo agradable se volvía tortuoso y los árboles rechazaban al perseguidor, que de un segundo a otro… el yakuza se volvía el mismo Kamaitachi, donde las escenas de los cortes se hacían más plasmadas en el descanso temporal. Sus manos se convertían en unas garras difíciles de medir, con el cadáver que él mismo había convertido del cuerpo vivo de Sayuri…

De inmediato despierta, con esa sensación de dolor y tristeza en el pecho y en el espíritu, y con la sensación ósea y extendida de sus manos, como si él fuese el real actor de infamia.

Cada noche, la pesadilla se hace más larga.

Desde que Sayuri partió de este mundo, de la manera más cruenta que un menor de edad pueda experimentar el inicio de dicho viaje involuntario de parte de algunos miembros de los Sumiyoshi, Kenryuu experimenta pesadillas seguido, donde memoriza cada vez el cadáver segmentado que llegó a sus manos: Incompleto, desmembrado, inerte, pútrido…

En dicha carne, había rasgos de cortes, de aquellos profundos pero limpios, como si unas guadañas bien afiladas habrían hecho un trabajo tan delicado para dar muerte placentera para los ejecutores. No puede quitarse de la cabeza, que él fue el precursor de que esa muerte se efectuara, y razón por la que su mudez es permanente a una violenta y precipitada voluntad.

Así, cada vez que cierra los ojos para conciliar el sueño, viene la imagen de Kamaitachi, cuál es un yokai que, con sus largas garras, rebana a sus víctimas sin dolor, y sin producción de sangre en la herida, y según dichas heridas que no podían contarse su origen, se atribuían [i](...)