Al regresar a la festividad que se llevaba a cabo en el majestuoso vestíbulo, ella se deslizó con gracia entre las numerosas personas congregadas, atravesando el bullicio para dirigirse por un pasaje engalanado que conducía hacia el ala este de la imponente mansión. Siendo una completa desconocida en aquel lugar, disfrutaba de la libertad para obrar según su voluntad y capricho. Al alcanzar el final del pasillo, giró el picaporte de la puerta y, al hacerlo, se vio confrontada por dos individuos ataviados con elegantes trajes negros: uno de ellos, de avanzada edad, y el otro, un joven adulto. El joven, enfurecido, se mostró impetuoso y dispuesto a agredirla, pero fue frenado por la intervención del anciano. Con voz serena y autoritaria, el veterano le instó al joven a esperar afuera y custodiar la entrada. Parecía que el anciano tenía un asunto pendiente que atender con la mujer, un asunto que requería su atención inmediata. Si alguien querría acercarse, debía hablar con el joven.