Acudes, acudes, acudes al esplendor de mis días y mis noches en ese recuerdo, que florece ya, en mis indultas memorias. Porque ansiaste entre tus rezos y las acusativas oraciones que florecían de tus apetitosos labios, el descanso que merecías, en ese entonces de vivencias devastadoras. ¿Lo recuerdas? Clamabas, rogabas; comunicarte con los ancestros que pecaron en tu nombre era una vasta osadía, y tú, ansiaste un hijo que tu deformado vientre no podía transmutarse en la ligera hiedra venenosa que ansiabas formar para salvaguardarte de la violencia que rebosaba de tu caníbal aldea.