¿Recuerdas el día en que me concebiste? Tu piel carecía de pústulas moribundas, no apestaban tus almendrados sueños; no te importaba, pues era tu heraldo el honor que hablaba en el nombre de todos los que convergían en la aldea que te parió sin remordimientos. La espesura de tu recuerdo emigra a la nación de mis memorias, apura ya el recuerdo de la agonía de la virginidad de tu espíritu, ahí donde amaneciste como la rosa que, muchas horas, muchos minutos, muchos segundos advirtieron justo como la inquebrantable inocencia que repercutiría en una burlesca suerte, hecha bendición.