Sé que ignoras los pálpitos durmientes que florecerán con el hervor del coraje, proferidas desde lo más entrañable e íntimo, de lo más amorosamente tendido en el sepulcro hasta despuntar en los filosos bordes de la miseria. Dormidas, están aquí, en cada portentoso enebro, larguísimas y antiguos suspiros dormidos. Y cada uno de ellos refleja una batalla ganada, el beso último del primer amor, el sendero salvado del hambre de la muerte. Mas sigo, camino y padezco, me afano escuchando sus suplicios, llevando todo cuando las pesadas cargas no lo soportan.