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Un siniestro malvado
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No hubo rincón del reino donde no se supiera la noticia del fallecimiento del doctor Rodolf y los extraños sucesos que vinieron con su muerte, todo viajero se encargada de llevar el mensaje a cada pueblo que visitaba, y algunos agregaban además su historia propia. Se escuchaba de todo: desde gente que aseguraba que el propio demonio habitaba el llano afectado hasta que no era más que una mentira tal noticia, pues, sencillamente, para muchos era difícil de creer especialmente aquellos que vivían en los pueblos más alejados y tranquilos.

La noticia llegó a oídos de Alessana en una tarberna donde ahora servía de mesera, llegó a ese alejado pueblo del Sur hacía un par de meses y creyó que apostar sería buena idea para sacarle dinero a los pueblerinos e irse de ahí en un par de días, pero su suerte la traicionó y terminó en deuda y trabajando para pagarla, aunque más que eso el sitio le pareció agradable. Escuchó muchos rumores por días, cada día venía una versión distinta, pero todos concordaban con lo mismo: algo extraño pasaba en ese poblado luego del fallecimiento de tal Doctor. Sus ansías por averiguar que era real y que no la mataban. Tenía pensado ya que partiría hacia aquel famoso lugar, aunque un sentido de responsabilidad por su deuda la atormentaba.


No se hizo esperar la llegada de un ave conocida a la taberna, cargando consigo una carta para la joven, que sin esperar la leyó al instante en que la recibió. No era impresionante lo que decía, algo que ya imaginaba, pero libero su mente al momento y sin pensarlo dos veces se dispuso a marchar en ese mismo momento.
— Debo irme, pero le prometo que saldaré mi deuda en el futuro. — Dijo a la dueña, misma a quien debía, y mientras esta le insultaba a gritos Alessana salió corriendo, y justo frente aparcado estaba el viejo carro de madera que usaban en la taberna para traer la mercadería, atado al caballo, era lo más cercano de transporte que tenía y de igual forma ya le debía a la mujer. — No estará tan mal si también tomo prestado su caballo ¿Verdad? Se lo devolvé de todas formas...— Se dijo, ingenuamente. Y como no tenía tiempo de desatar al caballo del carruaje porque la furiosa mujer la seguía a gritos, no tuvo de otra que hacer un robo en combo, con la culpa en sus hombros pero la emoción a flote.

Recorrió apenas poco más de un kilometro para darse cuenta lo lento que viajaba, sin demora, ya alejada de la taberna, desató el caballo del carro dejándo este último atrás. Ya, sin inconveniente alguno, cabalgó veloz por los prados sin detenerse más que para otorgarle descanso al animal cada cierto tiempo, y pasadas 7 horas de viaje llegó al lugar que indicaba la carta.
— ¿Tienes hambre? Yo también. — Habló naturalmente, como si el caballo pudiese entenderle, mismo que se notaba severamente cansado por el viaje. No traía más que unas cuántas monedas encima que dió para que alimentaran al potro y se encaminó ella por el pueblo en busca de Génesis.
 
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