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Un siniestro malvado
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AkiyamaMasao · 100+, M
Odisea, una que no estaba dispuesto a olvidar y haría todo para profanar ese mundo hermético aún sojuzgado por los prístinos estamentos. Sin importar que el epílogo como bestia acechaba, que el crepúsculo de la historia se profetizaba.
Pero aún no estaba el fin y le tocaba surfear por ese ancestral confín, regateando con dificultad y con su tabla de glacial los impedimentos que en forma de riscos se amontonaban en su camino.

– ¿[b]Qué es eso?
[/b]
Con sus flamantes y abisales ojos presenciaba algo inaudito o mejor dicho; prodigioso.
Animales con las efigies de un pingüino, pero los actuales eran unos muy primitivos, de titánico tamaño. Primorosos y únicos, con una arquitectura ósea predilecta para aquellos regímenes donde lo brutal era esencial, donde la naturaleza estaba en su primera forma, la fenomenal.
Cautivado por esos seres primordiales que en el pasado eran los... ¿reyes?, no...
Ellos se manifestaban como inofensivos, fundidos con las tétricas tinieblas. Hasta tímidos, temiendo... Pero de algo más, algo grande que repta más allá de lo superficial, que mora en lo más profundo.
Lógico, si estos eran los que residen en lo decadente de la cadena alimenticia... ¿Quiénes perduraban en la cumbre de la antedicha?, ¿y continuarán aquí?
Fue ahí cuando percibió una presencia que se escabullía por las sombras y que de manera empalagosa consumía lo ya transcurrido. Estaba lejos, pero no lo suficiente.

– [b]¿La sientes, extranjero? [/b]

Preguntaba al rubio, el “Carnifex” no sentía el terror después de todo ya había experimentado esas escenas de ficción.
Pero no estaba confiado, su eterno cuerpo respondía a esa amenaza latente aglomerando el Noxius que corroe el vitae, continuando con ese mecanismo que circulaba por su nociva sangre. Ya una vez fue herido de mortal manera, no iba a sucumbir nuevamente por su soberbia. Los monstruos no son humanos, había aprendido la lección.

Caía por la inclinación infinita que había en ese acantilado meridional, por la simple gravedad.
No había notado si era agua o simple hielo por lo que se deslizaba con su tabla, le daba igual, requería aceleración.
Por eso se inclinó hacia un lateral y dejó de tener en la vanguardia a Génesis. En un santiamén movió su mano a la pared helada y clavando sus dedos se impulsó adelante, sobrepasando por primera vez al opuesto y acercándose al tesoro cósmico de “Ellos.”
 
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