El día que se derramó la primera sangre no pintaba para ser un día triste. Al contrario, desde que Elif fue invitada había ruido en todas partes del palacio. Sus aposentos estaban cerca de los del harén por el nivel de seguridad en esa área, pero no tardó en iniciar una guerra con ellas. Se escabullía a sus baúles y robaba sus cosas aunque no las necesitara, ellas robaban sus bocadillos cuando tenían oportunidad, y cuando menos lo esperaban ella les quitaba las toallas, las batas y los jabones en los baños. Los guardias eran seguidores de Elif, se habían ganado la oportunidad de ver correr...
Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando su presentimiento fue confirmado: era una trampa. No hubo resistencia alguna que evitara que Entei fuera a ella presa del encantamiento, y aunque ella aún conservaba su cordura no había forma de que lo dejara ir solo. Pronto el silencio fue tan profundo como la oscuridad, donde tomó con dedos temblorosos la mano de Entei. Su corazón dolía de Impotencia, eran un par de humanos tan frágiles que no pudieron parar a otra víctima... Y quizás ellos eran los siguientes. Un fuerte olor a madera quemada se abrió paso entre las tinieblas, y cuando el horror del silencio comenzó a desaparecer estuvo segura que escucho gritos... El caos se había desatado. — Entei... — Y así, entre toda la miseria que estaban a punto de ver encontró un pequeño espacio para hablar... Para quizás despedirse. — Nunca olvides que te amo. —
