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—Siendo las 9 en punto, la puerta del gato negro se abrió dejando ver la silueta de la rubia. Puntual como ella única, estaba vestida de un impecable blanco invierno, un vestido simple y no tan llamativo. Había tardado más de lo usual en escogerlo ya que nada le convencía y esta vez, quería verse bien.—

¿Está listo el señor Ferdinand? Tal cual como le dije aquí estoy. —Mencionó con una sonrisa de medio labio, un tanto confiada y ansiosa, pues no quiso comer nada antes para poder disfrutar de la cena en compañía del varón.—
 
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Cómo olvidar que eres adicta a las cosas dulces. —También le guiñó el ojo, sonriendo de oreja a oreja, mostrando ligeramente su blanca dentadura.

Aunque intercambió unas palabras con su vecina, sus ojos estaban clavados en Diane, notando que de verdad se veía hermosa, reluciente entre todas las personas que estaban en el restaurante. Este pensamiento llevó a su corazón a acelerarse... Bajó un instante la mirada, ya lo presentía desde hacía un par de días, pero estaba llegando al punto en que no podía negar que estaba enganchado con ella.—

Claro que sí, solo un poco. —Las copas ya estaban listas, así que solo las acercó a Diane, cuando los tragos estuvieron listos, tomó el suyo y alzó la copa.— Un brindis, por la mejor detective de todas.
 
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