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—Por fin había conseguido un día libre tras trabajar de corrido por dos semanas y no es que se quejara pero, de vez en cuando todos merecen un descanso, ¿no?

Había recorrido varios puntos de la ciudad en búsqueda de unos de sus vicios más grande: la lectura. Lamentablemente ninguna librería tenía lo que estaba buscando. ¿Acaso a nadie le gustan los libros de segunda mano? Esos libros antiguos que sus hojas habían perdido su blanco color.
Ya resignada estuvo a punto de devolverse hasta que encontró una tienda que le llamó la atención. Tal vez ahí encontraría más de una sorpresa.—
 
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—Al igual que ella, se mantuvo observando la estantería con una sonrisa que pecaba de jubilosa. Quizá por ego, quizá por tonto, pero estaba orgulloso de cómo situaba cada libro, por lo tanto, cuando alguien como ella miraba con tanta felicidad las repisas, su corazón se aceleraba, como un niño haciendo un nuevo amigo.—

Eso suena muy triste. —Agregó inmediatamente, virando los ojos para observar a su visitante. Dio un paso al frente y con una gran habilidad, puesto que conocía perfectamente su colección, dio con el libro de la anécdota.— Para tu sorpresa y la nostalgia, aquí está. —Extendió el libro de portada dura y desgastada.— Por el contrario, me gusta muchísimo escuchar las historias de los extraños, resultan las más interesantes.

—Había algo que le resultaba curioso en ella, le daba la sensación de que se esforzaba demasiado por aparentar una seriedad un poco impropia de ella.— [b]¿Qué te parece si te lo llevas para recordar viejos tiempos? Corre por mi
 
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