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ʀᴏʟᴇ ᴘʟᴀʏᴇʀ
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La reacción de la doncella le causó más terror a Erik, quién también dio un par de pasos para atrás, estaba consciente de que una mujer apuntando con un arma en ese estado era un peligro para todo aquel que estuviera cerca.

—¡No, no, no! —agitó las manos en gesto de negación, enfatizando por si no entendía su idioma—. Please. I will not kill you —entró en pánico, sabía que su inglés era malo— ¡Jesús, ten piedad! —se persignó y empezó a rezar el «Padre nuestro» en latín.

En cuanto ella cayó él encontró una oportunidad para explicarse de nuevo. Alzó las manos y se arrodilló. Le mostró que estaba desarmado y en desventaja, que solo quería conversar.

—Me llamo Erik Blackhell —Artículó cada palabra para que la mujer comprendiera—. ¿Puede decirme en dónde estamos y qué fecha es, señora mía? —se aclaró la garganta e intentó ser más enfático en la siguiente frase—: No le haré daño, por favor, ayúdeme.
 
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Una voz, había escuchado una voz. El corazón muerto de Erik se alegró, había olvidado lo que era escuchar a alguien que no fuera su propia voz interna. Se apresuró al andar, quería saber a quién le pertenecía tan angelical voz, pero también tenía tantas preguntas en su cabeza. ¡Se moría por charlar con alguien!

—Mi señora... —su voz tembló de la emoción— Señora mía, no soy más que un comerciante al servicio de Marie Antoinette, reine des Français.

Sus piernas dejaron de responderle lo que provocó que cayera de cara al piso. Solo había alcanzado a verle los pies a la mujer que tenía a no más de diez metros de distancia. Si su buen ojo no le fallaba, la mujer vestía con clase, pensó que era alguna protegida de la reina o quizá la princesa.

—Digame cuántos años han pasado desde la toma de la Bastilla —no hizo ni el más mínimo intento por ponerse en pie—. He sido maldecido por mujeres codiciosas, me disculpo por mí grotesca apariencia, le juro que no vengo a robar, solo quiero saber cómo está nuestra nación.

Guardó silencio, esperando que la mujer no llamara a ningún guardia. Y justo como si Dios no lo colmara de bendiciones, una pequeña criatura —según él un ratón— pasó frente suyo. Su hambre era voraz, así que sin titubear clavó sus pronunciados colmillos sobre el lomo del animal, quién chilló hasta que la última gota de su sangre fue saqueada. En ese instante Erik comprendió porque había sido encerrado y que no solo su exterior era grotesco, ahora su simple existir era una abominación.

—¡Señora mía no me mate! —se levantó y, justo en ese instante la vió. Ella era un ángel, un ser dotado de inocencia y de una exquisita apariencia... La mirada de Erik se fijó en el cuello de la chica, y por exagerado que pareciera, podía divisar una vena en aquella nívea piel.

Un silencio sepulcral se hizo presente. Era como si el tiempo se hubiera detenido.
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Todo era oscuro, húmedo, acompañado de un silencio que con cada año se hacía más cruel. Erik no sabía que era realidad o mentira, si él existía o si todo lo que recordaba era un sueño. Era su infierno personal, y por más que lo pensaba no encontraba un por qué a su castigo.

—¿Qué es esto? —Un adormecimiento en su cuerpo se hizo presente, en todo el tiempo que llevaba ahí jamás le había ocurrido, pensó que era su muerte, el regalo que tanto había ansiado, la paz y el encuentro con sus padres tocaba a sus puertas. En ese momento quedó inconsciente.

Cien años después del acto monstruoso del que fue victima Erik, él se había convertido en una especie de mito entre los aquelarres de aquél lugar. Un grupo de brujas curiosas, desafiaron toda regla y se acercaron al lugar donde Erik descansaba para realizar una especie de ritual. Aquella noche un portal se abrió, y lo que el vampiro pensó que era su muerte no era más que el traslado de su cuerpo a algún otro lugar. Las brujas asustadas de haber hecho enojar a Satanás huyeron.

—¿Qué es este maravilloso olor? ¿serán rosas? ¡Rosales!—había olvidado por completo lo que era el aroma de cualquier cosa, y en ese momento experimentó aquello que lo hacía sentirse vivo. Se movió y se percató de que ya no estaba en el ataúd, era una clase de capsula de aire, pateó la tierra desesperado y esta se movió, estaba floja. Siguió pateando, y poco a poco comenzó por sacar sus brazos, hasta que salió totalmente. —¿Dónde demonios estoy? — Aquél lugar se parecía a uno de los jardines reales, pero si sus recuerdos eran ciertos, él había sido enterrado en un bosque.

Erik comenzó a arrastrar los pies, tenía mucho que no caminaba; sus elegantes ropas estaban sucias y rotas, ya no era aquél joven refinado, parecía un leproso en busca de un poco de pan.