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ʀᴏʟᴇ ᴘʟᴀʏᴇʀ
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SW-User
Una voz, había escuchado una voz. El corazón muerto de Erik se alegró, había olvidado lo que era escuchar a alguien que no fuera su propia voz interna. Se apresuró al andar, quería saber a quién le pertenecía tan angelical voz, pero también tenía tantas preguntas en su cabeza. ¡Se moría por charlar con alguien!

—Mi señora... —su voz tembló de la emoción— Señora mía, no soy más que un comerciante al servicio de Marie Antoinette, reine des Français.

Sus piernas dejaron de responderle lo que provocó que cayera de cara al piso. Solo había alcanzado a verle los pies a la mujer que tenía a no más de diez metros de distancia. Si su buen ojo no le fallaba, la mujer vestía con clase, pensó que era alguna protegida de la reina o quizá la princesa.

—Digame cuántos años han pasado desde la toma de la Bastilla —no hizo ni el más mínimo intento por ponerse en pie—. He sido maldecido por mujeres codiciosas, me disculpo por mí grotesca apariencia, le juro que no vengo a robar, solo quiero saber cómo está nuestra nación.

Guardó silencio, esperando que la mujer no llamara a ningún guardia. Y justo como si Dios no lo colmara de bendiciones, una pequeña criatura —según él un ratón— pasó frente suyo. Su hambre era voraz, así que sin titubear clavó sus pronunciados colmillos sobre el lomo del animal, quién chilló hasta que la última gota de su sangre fue saqueada. En ese instante Erik comprendió porque había sido encerrado y que no solo su exterior era grotesco, ahora su simple existir era una abominación.

—¡Señora mía no me mate! —se levantó y, justo en ese instante la vió. Ella era un ángel, un ser dotado de inocencia y de una exquisita apariencia... La mirada de Erik se fijó en el cuello de la chica, y por exagerado que pareciera, podía divisar una vena en aquella nívea piel.

Un silencio sepulcral se hizo presente. Era como si el tiempo se hubiera detenido.
 
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