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Vᴀᴍᴘɪʀᴇ﹕ ᴛʜᴇ Mᴀsϙᴜᴇʀᴀᴅᴇ [Cᴀɴᴏɴ/AU] · Cʟᴀɴ﹕ Gᴀɴɢʀᴇʟ · Nᴏ ʟᴇᴍᴏɴ.
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ssin1563614 · 26-30, F
« ♕.’ »


"Lo que sus ojos ven." A tan temprana edad, Kassia había visto toda clase de acontecimientos que una joven a semblanza suya no tendría por qué haber presenciado ya. Traiciones, mentiras, guerras y muerte; una colección de recuerdos permanentes a los que se enfrentaba cuando el alba se escurría poco a poco bajo el raso de las cortinas en su habitación y que en lugar de traerle la esperanza de un nuevo día, amenazaban con regresar al anochecer.

¿Esos recuerdos merecían ser plasmados por este escriba? ¿Las páginas narrarían el desplome de lo que una vez fue un glorioso reino en lugar de presumir sus avances y bondadoso pueblo? Pensó que la reunión con este hombre pudo ser algo apresurada y se culpó a sí misma por aceptar la invitación en vez de meditarlo unos minutos más. Pero ya estaban ahí.



— En lo pasado está la historia del futuro... Mi pueblo merece que el mundo sepa de él. — Precavida, la Doamnâ se echó a andar en una caminata serena; cada paso escondía la inquietud proveniente de esa "entrevista". — Encuentro muy conveniente su arribo, también dudoso. Las puertas del reino están cerradas para todo aquel que no pertenezca aquí. ¿Cómo dio con nosotros? Arcadia está ausente de los mapas y libros de geografía. No puedo responder hasta saber cómo llegó aquí. — Un brillo, indicio de interés, amaneció en sus ojos. Su pecho resguardaba cierta incertidumbre y recelo hacia el visitante. Soltar la historia de Arcadia era un hecho que no ejecutaría de buenas a primeras.

— Mi nombre es Kassiane, Reginâ Arcadiana. ¿Usted es? –
 
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MBa1572329 · F
—Entonces, acabas de decir que eres un campesino. — “Mis enaguas son más campesinas que éste” pensó, aunque su rostro mostrara una sonrisa digna de un premio. — Te perdiste y llegaste aquí sin más. ¿No? — Ladeó levemente la cabeza como si quisiera demostrar algún tipo de pena o empatía, de ese modo su cabello quedó colgando en un lado de su hombro. — Oh, Beckett, me parece que tiene muy mala suerte. No se preocupe de todas maneras, porque nosotros vamos a guiarlo por el buen camino después de que se de una buena ducha y duerma un poco. Debe estar muy cansado, es mi responsabilidad que cualquier invitado sea tratado como familia.

Volvió a dar un suave sorbo y soltó una bocanada de aire, era innecesario pero seguía respirando y soltando aire por mero acto de consciencia. Fue así como, de pronto, dijo la frase que podría o no poner tensas las cosas y transformar ese brindis en un augurio de pelea:

—Aunque, claro, las armas que trae consigo no podrán acompañarlo a la ducha o a la cama, Beckett, me dijo que lo nombrara de esa forma, ¿cierto?

La servidumbre dio un respingo, en cuanto a la reina, ella no pudo contener las ganas de sonreír a todas luces, mostrando los puntiagudos colmillos.
MBa1572329 · F
El tiempo había pasado sin dar tregua; las personas habían cambiado, las edificaciones, las costumbres, sus formas de vestir. Para Mercy todo aquello pesaba en sus hombros, ya que no era muy adepta a aceptar la rapidez de los cambios como sus contemporáneas y, tal vez por eso, caía en cuenta con más rapidez de las extrañezas que salían de su normalidad. Él era una extrañeza, Cuthbet Beckett, con su personalidad chispeante -que más bien le sabía a astucia de sobra- y su aura pesada, pero refrescante, cual enorme sombra en plena luz del día.

La parafernalia que salió de los labios del vampiro no hizo sino otra cosa que entretener los oídos de Mercy, empero, aunque aquello tenía tintes de una conversación “cordial”, no existió intercambio de palabras ya que la no-viva guardó silencio, siendo su sonrisa la única respuesta a las pequeñas bromas y cuestiones. ¿Por qué? No era su naturaleza permanecer tan silenciosa, ella era diplomática y por tanto estaba acostumbrada a hablar para ocultar el hilo de sus pensamientos; ergo en aquella situación su instinto primigenio la empujaba a cerrar la boca y concentrarse mejor. No podía subestimar a alguien que emanaba tal vibración y que había aparecido por sus tierras como si fuese el dueño de todo el terreno.

Ojos, rostro, posición, ropa. No parecía un campesino y tampoco daba mucha pinta de ser alguien que trajera riqueza en sus bolsillos; se preguntó si sus hombres habrían pasado por alto hacer alguna clase de cateo debido a la simpleza de su ropa; concluyó que debió ser así merced a mirar de nuevo la posición contraria: inclinación hacia el frente, manos cruzadas, codos sobre los muslos. Parecía que estaba un tanto a la defensiva y listo para saltarle encima, pero no desarmado, no… La posición de sus manos, seguro que traía consigo armas. ¿Era difícil darse cuenta? No para la vampira, conocía bien ciertas costumbres; los adeptos a la magia se mostraban inquietos con las manos, moviendo inconscientemente algún dedo o teniéndolas libres de todo agarre, en alto o recargadas sobre sus piernas, pero nunca cruzadas; los que aprovechaban la fuerza bruta solían erguirse por completo, seguros de sí mismos y de su fuerza para repeler algún ataque, podían ir a la defensiva antes que atacar de pronto, y luego estaban los que utilizaban armas como primer recurso: acechando sin preocuparse por sus manos, pero dejando espacio para el movimiento libre de sus brazos al buscar con qué atacar.

Una copa llena de sangre fue puesta frente a ella, rompiendo el rompecabezas en su mente y obligándola a volver. Tomó el cristal entre sus fríos dedos para así agitar levemente el contenido con el fin de comprobar el tipo de sangre que se le había servido, pronto supo que era O-, su favorita; alzar la copa no le costó ningún trabajo y, aunque no se fiara de él, admitió en su fuero interno que el vampiro tenía modales al preguntar antes de hacerlo él mismo. Ella era la dueña de ese reino, al fin y al cabo.

—Brindo entonces por este inusual encuentro, señor Beckett. También quiero brindar porque sus pasos lo trajeran a éste frío palacio, en la tierra de Valkeya. ¡Salud!

Tras lo dicho, sus labios saborearon el delicioso sabor y la textura del líquido rojo al hacer contacto con su lengua. La servidumbre permaneció de pie junto a ellos en espera de la indicación para su partida, una indicación que nunca llegó; Mer no temía a ningún arma ni a ningún ser, pero prefería tener más de una carta bajo la manga por si la situación lo ameritaba, o un sacrificio. Debía admitir, aunque la idea le diera escalofríos, que el desconocido era irremediablemente apuesto a sus ojos, pese a que no fuera en absoluto el tipo usual que su hermana describiría como tal; eso era nuevo en la no-viva, ella jamás había considerado a alguien atractivo, jamás se había visto atraída a nadie. Justamente por ello era su hermana la que metía hombres a su cama como si fuesen de uso diario y trataba de convencer a Mer de arreglarse un encuentro así.

¿Podía ser que al final no fuese tan asexual como había predicado? Tal vez era simple melancolía del pasado; Beckett tenía cierto parecido en su hablar y actuar que poseía Jofranka. Decidió desechar la idea estúpida de verlo como un buen prospecto, de lo contrario no podría seguirlo leyendo ni aunque quisiera... Y, además, los hombres eran un asco, ¿quién necesitaba uno?
ssin1563614 · 26-30, F
« ♕.’ »


— Un visitante en mi reino es buen augurio, o eso decían los anteriores reyes. Contemplaba lo restante del reino desde el humilde balcón. La brisa salada acarició sus mejillas, hondeó las extremidades de su ropa y avivó las matices coloridas del cabello argénteo que cae cual cascada en la espalda. Hace algunas horas atrás, uno de sus sirvientes advirtió la llegada de un extraño que prometía estar ahí en búsqueda de conocimiento. Kassia sumergida entre la ingenuidad y desesperación por salvar su reino, aceptó una audiencia con aquel hombre. Esperaba que fuera un historiador que le ayudara a plasmar sobre Arcadia y que, de alguna manera, éste pudiera salir al mundo exterior y contar todo lo que aprendió de un lugar prometido al olvido.

Apretó los dedos contra la madera en la que descansó las manos; un suspiro hondo le dio el ánimo para girarse y recibir al hombre con una sonrisa a medias.

— Pero no sé si creo en eso, es un poco ingenuo. En cualquier caso, bienvenido a Arcadia.
MBa1572329 · F
[med]Intruso[/med]



¿Cuál era la posibilidad de que algún ser pudiera avanzar tanto como para adentrarse en los bosques que rodeaban el reino de las Băutor y no fuera detectado por los guardias? Ninguna, no existía ninguna maldita posibilidad y, pese a ello, todos se alarmaron hasta que el intruso estuvo a unos pasos de la puerta principal; la expresión del jefe del ejercito vampírico fue todo un poema cuando tuvo que anunciarle a la única regente disponible sobre su falla y rogar clemencia de rodillas. Era bien sabido que las Băutor no se caracterizaban precisamente por ser benévolas. Al menos no en toda la palabra.

—Levántate del suelo. — Ordenó Mercy, quien esperó a que el vampiro se encontrara erguido para ponerse de pie y abandonar así el sofá que cómodamente estaba usando para descansar. — No importa que no lo vieras venir, yo tampoco pude notarlo. — Tras lo dicho un suspiro pesado salió de entre sus labios carmesí, no era una reacción propia de la preocupación sino más bien de la molestia que le significaría a futuro, cuando tuviera que explicar a sus hermanas y oírlas escandalizarse. Lo cierto es que pudo haberse desquitado con el ser frente a ella, pero eso la obligaría a buscar a otro para su puesto y no existía reemplazo que lo igualara en capacidades. Mercy era calculadora y por ello muchos creían que era buena y débil, es decir, comparada con su hermana y sus arrebatos, sí que se le podía considerar un corderito.

—Está esperándola en el salón principal. No nos atacó… Creemos que es porque no tiene ventaja sobre nuestros números. Mi’Lady, la escoltaré si así lo prefiere.


—Iré yo misma. Estén alertas y preparen un calabozo… Por si acaso.

Mientras la no-viva comenzó a andar por los pasillos del castillo, estilo medieval gótico, sus pensamientos iban y venían entre las posibilidades de aquella visita. El jefe de ejército había dicho que el intruso no atacaba por temor a ser reducido, pero eso no podía ser una declaración más estúpida; su superioridad se había hecho presente desde el inicio al no ser notado. Mercy creía firmemente que si el extraño lo hubiera querido habría arrasado con la mitad del ejército, o tal vez más, antes de ser sometido. Se llevó la diestra hasta un mechón de cabello rebelde y lo colocó tras su puntiaguda oreja, ese era uno de los “tics” que presentaba al encontrarse tan sumergida en sus ideas. Ese fue el tic que volvió a realizar a pasos de la puerta del salón para poder volver a la realidad y enfrentar lo desconocido.

El chirrido de la puerta alertó a los presentes y fue una especie de modo de presentarse, como en los bailes formales cuando se tocaba la trompeta para avisar sobre un recién llegado. El salón principal era precioso: muros sólidos adornados con banderines de color rojo sangre, una chimenea con fuego que a nadie calentaba realmente pero que se veía elegante y una sala rústica de terciopelo rojo; lugar en el que estaba sentado el extraño y rodeado por tres soldados.

—Espero que disculpe los recibimientos tan bruscos que tuvieron mis hombres, no solemos tener muchas visitas aquí y… — Desde su vida humana la fémina había tenido un sentido del asombro enorme que, en más de una ocasión, la había salvado del peligro. Fue curioso como dejó de sentirlo al volverse vampira y fue aún más curioso como regresó apenas estudió de pies a cabeza la figura. Sus labios se entreabrieron por la sorpresa, pero no demasiado, sabía guardar las apariencias. — Quiero que nos dejen solos y avisen que nos traigan unas copas y botellas. Enmendaré su mala acción hacia este…desconocido.

Los soldados la miraron como si cuestionaran su buen juicio, ¿quería quedarse a solas con él aún con su peligrosa aparición? Mercy los miró mal y solamente eso bastó para que echaran a andar sin decir nada. Por supuesto que ella sabía del peligro pero también se sabía poderosa y, sobre todo, moría de ganas por saber más de él y de esa sensación que le causaba. ¿Cuál es el dicho? La curiosidad mató al gato, pero esa gatita no era cualquiera minina mimada; era una leona.

—Lamento mi grosería, mi nombre es Mercy, soy la reina de estas tierras, ¿y el suyo, caballero? — Preguntó segundos antes de acomodarse en el sillón al frente de él.