36-40, M
Ars Goetia - The Wisdom of the Serpent.
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Sc1558098 · M
La espesa sangre de su víctima fluía por la mano de Satanachia, quien mantuvo a sus garras firmemente clavadas a ambos lados de su mandíbula. Si quitaba su agarre, el humano gritaría y posiblemente se desangraría en cuestión de segundos. Por el momento, se deleitaba con el forzoso silencio al que lo sometía, las pupilas del mortal dilatadas en su totalidad. Le sostuvo la mirada, un estremecimiento de placer absoluto lo invadió, pues el tufo que llegaba a su nariz era de lo más adictivo. Miedo, pecado y sexo del más impuro mezclados en uno solo.
Permaneció en silencio mientras Astaroth llevó a cabo su pequeño show. El único sonido, la tenebrosamente calmada respiración del Gran General, fue interrimpido con el crujir de huesos mientras su compañero se transformaba. No volteó a verlo, pues de hacerlo el trance de pavor puro en el que tenía a su víctima se rompería. Aunque, claro estaba, nada podía ya evitar el miedo que sentían.
Pronto un distintivo aroma llenó sus fosas nasales. La miseria humana, la liberación de los orines por parte de ambos hombres. Alcanzaba a detectar en ese fuerte olor la cerveza que previamente consumieron como muertos de sed en un desierto. Dejó que una expresión se colara a sus facciones, en muestra del asco que sentía hacia el nauseabundo olor. Su labio se torció hacia arriba, en dirección de su nariz y sus ojos adoptaron desprecio profundo. Para recuperarse, pasó su lengua por su labio inferior, saboreando desde antes cuanto harían sufrir a esos humanos.
Todo pasó en cuestión de segundos. La voz de Astaroth se escuchaba a lo lejos, como si estuviera debajo del agua, pero aún así, muy en el fondo de su mente, entendía. Un sonido característico del metal, la piel cortarse y un destello de luz fueron todo lo que Satanachia alcanzó a detectar. En seguida, el chocar de algo pesado contra el suelo. Los ojos de su víctima se abrieron aún más, sus cejas parecían querer alcanzar la línea de cabello. Una risa se le escapó al Gran General. La peste a sangre en el aire era excitante, casi orgásmica. Guardó sus garras, liberando el grito de agonía que llevaba minutos encerrado en la garganta del desdichado.
— Sin duda. Una muerte rápida. Un poco de miseria y un destello. ¡Pum! —cuando Satanachia hizo la imitación del sonido del cuerpo cayendo, el humano tembló visiblemente, fallando en retroceder pues no contaba con la fuerza suficiente.— Muerto. Pero tú, pequeño pecador, tú no cuentas con tanta "misericordia". — En cuanto se burló de aquella palabra tan típica del plano celestial, su dedo se presionó contra la herida en la mejilla del humano, manchando sus dedos de sangre. Más gritos de dolor brotaron.
Volvió a sujetarlo con ambas manos de la cara, su mirada llena de una falsa ternura, de lástima. Presionó ambas con fuerzas, transmitiendo a sus heridas una considerable cantidad de fuego infernal, para hacerle sentir la mayor agonía de su vida. Cuando el fuego estuvo bien instalado, retiró sus manos, sólo para reposicionarlas en el abdomen del agonizante mortal. Presionó al tiempo que sus garras aparecían, perforando órganos a su paso. Con fuerza, movió hacia arriba sus brazos, logrando heridas profundas a lo largo de su torso, justo abajo de sus clavículas. Ahora sangraba también por dentro. Era tanto el dolor que los gritos ya no escapaban de sus labios, toda fuerza le había abandonado. Era cuestión de minutos, segundo incluso, antes de que muriera.
— Lástima que los humanos sean tan frágiles. Quería disfrutar más de mi comida. —
La sangre del humano manchaba sus vestimentas, haciendo un tanto más tétrica toda la imagen. Sacó sus garras de donde estaba atoradas, con un nuevo objetivo. Esta vez dirigió sus zarpas a cada uno de los párpados del mortal, clavando. Con una inclinación hacia abajo y afuera, hizo que, uno por uno, sus ojos fueran arrancados de las cuencas. Sólo podía imaginar la cara que pondrían el resto de los mortales al descubrir los cuerpos por la mañana.
Por última vez retrajo sus afiladas garras. Al igual que el otro demonio, hizo aparecer una espada; una sencilla de la que fácilmente se pudiera deshacer. Diez segundos. Era todo lo que tenía antes de que el humano diera su último aliento. Estaba determinado a aprovecharlo, por lo que con un destello semejante al anteriormente hecho por Astaroth, apuñaló al moribundo, desde al abdomen hasta que la punta de la espada salió por debajo del coxis. Y soltó el mango del arma. El cuerpo cayó con un golpe seco, como el final perfecto al espectáculo más hermoso.
Permaneció en silencio mientras Astaroth llevó a cabo su pequeño show. El único sonido, la tenebrosamente calmada respiración del Gran General, fue interrimpido con el crujir de huesos mientras su compañero se transformaba. No volteó a verlo, pues de hacerlo el trance de pavor puro en el que tenía a su víctima se rompería. Aunque, claro estaba, nada podía ya evitar el miedo que sentían.
Pronto un distintivo aroma llenó sus fosas nasales. La miseria humana, la liberación de los orines por parte de ambos hombres. Alcanzaba a detectar en ese fuerte olor la cerveza que previamente consumieron como muertos de sed en un desierto. Dejó que una expresión se colara a sus facciones, en muestra del asco que sentía hacia el nauseabundo olor. Su labio se torció hacia arriba, en dirección de su nariz y sus ojos adoptaron desprecio profundo. Para recuperarse, pasó su lengua por su labio inferior, saboreando desde antes cuanto harían sufrir a esos humanos.
Todo pasó en cuestión de segundos. La voz de Astaroth se escuchaba a lo lejos, como si estuviera debajo del agua, pero aún así, muy en el fondo de su mente, entendía. Un sonido característico del metal, la piel cortarse y un destello de luz fueron todo lo que Satanachia alcanzó a detectar. En seguida, el chocar de algo pesado contra el suelo. Los ojos de su víctima se abrieron aún más, sus cejas parecían querer alcanzar la línea de cabello. Una risa se le escapó al Gran General. La peste a sangre en el aire era excitante, casi orgásmica. Guardó sus garras, liberando el grito de agonía que llevaba minutos encerrado en la garganta del desdichado.
— Sin duda. Una muerte rápida. Un poco de miseria y un destello. ¡Pum! —cuando Satanachia hizo la imitación del sonido del cuerpo cayendo, el humano tembló visiblemente, fallando en retroceder pues no contaba con la fuerza suficiente.— Muerto. Pero tú, pequeño pecador, tú no cuentas con tanta "misericordia". — En cuanto se burló de aquella palabra tan típica del plano celestial, su dedo se presionó contra la herida en la mejilla del humano, manchando sus dedos de sangre. Más gritos de dolor brotaron.
Volvió a sujetarlo con ambas manos de la cara, su mirada llena de una falsa ternura, de lástima. Presionó ambas con fuerzas, transmitiendo a sus heridas una considerable cantidad de fuego infernal, para hacerle sentir la mayor agonía de su vida. Cuando el fuego estuvo bien instalado, retiró sus manos, sólo para reposicionarlas en el abdomen del agonizante mortal. Presionó al tiempo que sus garras aparecían, perforando órganos a su paso. Con fuerza, movió hacia arriba sus brazos, logrando heridas profundas a lo largo de su torso, justo abajo de sus clavículas. Ahora sangraba también por dentro. Era tanto el dolor que los gritos ya no escapaban de sus labios, toda fuerza le había abandonado. Era cuestión de minutos, segundo incluso, antes de que muriera.
— Lástima que los humanos sean tan frágiles. Quería disfrutar más de mi comida. —
La sangre del humano manchaba sus vestimentas, haciendo un tanto más tétrica toda la imagen. Sacó sus garras de donde estaba atoradas, con un nuevo objetivo. Esta vez dirigió sus zarpas a cada uno de los párpados del mortal, clavando. Con una inclinación hacia abajo y afuera, hizo que, uno por uno, sus ojos fueran arrancados de las cuencas. Sólo podía imaginar la cara que pondrían el resto de los mortales al descubrir los cuerpos por la mañana.
Por última vez retrajo sus afiladas garras. Al igual que el otro demonio, hizo aparecer una espada; una sencilla de la que fácilmente se pudiera deshacer. Diez segundos. Era todo lo que tenía antes de que el humano diera su último aliento. Estaba determinado a aprovecharlo, por lo que con un destello semejante al anteriormente hecho por Astaroth, apuñaló al moribundo, desde al abdomen hasta que la punta de la espada salió por debajo del coxis. Y soltó el mango del arma. El cuerpo cayó con un golpe seco, como el final perfecto al espectáculo más hermoso.