36-40, M
Ars Goetia - The Wisdom of the Serpent.
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Fl1558148 · M
Por un momento se creyó en peligro, con sus intenciones probablemente malinterpretadas; el fulgor de la ira había asomado a los ojos de Astaroth, y no fue por miedo que Flauros dio un paso atrás, sino en previsión a una estocada certera, fugaz, que respondiese a sus intentos de remover el espíritu aguerrido e inconforme que sin duda moraba en el pecho de su congénere. Mas su apreciación fue (afortunadamente) errónea; pues la hoja impía cortó los aires, lejos de la efigie del Duque, invocando las llamas infernales que provocaron un tumulto entre las oscuras nubes de la bóveda sobre ellos, un aire saturado con los efluvios del azufre y otras emanaciones pestilentes que daban un matiz carmesí a la luz de la escena. Debía haberlo imaginado: una entrevista como aquella no podría haber quedado sin vigilancia, conjetura probada cuando el primero de los espías cayó, envuelto en la fiereza de las ascuas provocadas por el orgulloso señor infernal. Lejos de arredrar a Flauros, la perspectiva de un combate alimentó sus instintos sádicos; su mueca pasó de la serena altivez a una sonrisa amplia, horrísona, casi deformando sus facciones en un nada sutil recordatorio de la verdadera esencia de su ser: una encarnación del mal, un verdadero diablo hasta los huesos.
"Justo lo que necesitaba. Comenzaba a sentirme oxidado y aburrido..."
El comentario - matizado de sarcasmo - no se hizo esperar, durante el breve instante que se permitió para observar a Astaroth remontarse hacia el espacio abierto, en flagrante caza de la caterva que había estado vigilándolos desde las alturas. ¿Hacía cuánto no se había visto inmerso en el candor de la batalla? Los recuerdos de sus tiempos como soldado y conquistador volvieron a él, fluyendo en profusión y despertando las ansias de cebar su acero en la carne ajena; su sangre comenzó a hervir, y su cuerpo se aprestó para la lid, extendiendo las alas magníficas de ébano de par en par, mientras que sus ojos se incendiaban en un púrpura digno de su jerarquía, cual miasma amenazante que pusiera en evidencia la magia profana de su interior. Su fiel espada vorpal se había quedado en palacio; sin embargo, aquello no sería un impedimento para enarbolar una hoja, pues él tenía otros métodos para evitar hallarse desarmado: extendiendo el brazo izquierdo, la misma energía arcana fluyó a través de él, agolpándose en el centro de su palma abierta; pronto, se halló asiendo una espada de plasma, instrumento suficiente para ejecutar los designios de la masacre y dejándolo en posibilidad de ayudar a su aliado. Una tarea que acometería con gran placer.
Flexionó las piernas, y un salto, acompañado del generoso aleteo tras su espalda, bastó para impulsarlo hacia el espacio donde se libraría la contienda. El silbido del aire a su alrededor, golpeando sus oídos, le provocó una euforia perversa por la anticipación de medir sus fuerzas y comprobar qué tanto retenía aún de su vigor y habilidades; una carcajada estruendosa, apenas mitigada por los chillidos de los adversarios que se lanzaron al encuentro de los dos regentes, salió de su garganta, envileciendo todavía más sus ansias por destrozar la pequeña horda de diablos inferiores que habían enviado contra ellos. Craso error. Si bien aquello solo representaba una fracción minúscula de las legiones que Baal tenía bajo sus órdenes, se trataría de una pérdida innegable, pues las fuerzas de Astaroth y Flauros combinadas darían cuenta de ellos sin reparos, con facilidad.
Derramó la primera sangre cuando un demonio, insensato y tan sediento como él, se arrojó en rauda carrera, con las garras en ristre y las mandíbulas prestas a atacar; sin embargo, su vuelo fue atajado por Flauros, quien le atravesó limpiamente con un golpe certero y rápido hacia el frente, con la punta de su dardo encontrando el espacio entre las fauces ajenas para introducirse entre ellas; los pequeños ojos del ente se abrieron por la sorpresa, antes de que el fuego hiciera presa en él, consumiéndolo hasta volverlo cenizas en pleno aire. La satisfacción asomó a los ojos de Flauros, quien, sin detenerse, pronto alcanzó a Astaroth, cubriéndole la espalda.
"Un buen ejercicio de calentamiento, ¿no te parece?"
Murmuró con sorna entre dientes, de forma que solamente su compinche lograría escucharlo. Echó un vistazo rápido en derredor, contando en voz baja a medida que su vista descubría un nuevo objetivo para su furia; los seres, de naturaleza variopinta pero indudable rango inferior, comenzaban a estrechar el cerco alrededor de ellos, armados con todo tipo de instrumentos mortíferos, o en la ausencia de ellos, desnudando garras y colmillos para atacar. La arrogancia de Flauros, motivada por la riña inminente, le hizo lanzar una nueva y más sonora risa, que pareció partir el firmamento infernal como el estruendo de una montaña viniéndose abajo. Tales eran su regocijo y la maldad de su gesto, que pronto recordó a un felino acechante: el Leopardo Blanco estaba de vuelta.
"Justo lo que necesitaba. Comenzaba a sentirme oxidado y aburrido..."
El comentario - matizado de sarcasmo - no se hizo esperar, durante el breve instante que se permitió para observar a Astaroth remontarse hacia el espacio abierto, en flagrante caza de la caterva que había estado vigilándolos desde las alturas. ¿Hacía cuánto no se había visto inmerso en el candor de la batalla? Los recuerdos de sus tiempos como soldado y conquistador volvieron a él, fluyendo en profusión y despertando las ansias de cebar su acero en la carne ajena; su sangre comenzó a hervir, y su cuerpo se aprestó para la lid, extendiendo las alas magníficas de ébano de par en par, mientras que sus ojos se incendiaban en un púrpura digno de su jerarquía, cual miasma amenazante que pusiera en evidencia la magia profana de su interior. Su fiel espada vorpal se había quedado en palacio; sin embargo, aquello no sería un impedimento para enarbolar una hoja, pues él tenía otros métodos para evitar hallarse desarmado: extendiendo el brazo izquierdo, la misma energía arcana fluyó a través de él, agolpándose en el centro de su palma abierta; pronto, se halló asiendo una espada de plasma, instrumento suficiente para ejecutar los designios de la masacre y dejándolo en posibilidad de ayudar a su aliado. Una tarea que acometería con gran placer.
Flexionó las piernas, y un salto, acompañado del generoso aleteo tras su espalda, bastó para impulsarlo hacia el espacio donde se libraría la contienda. El silbido del aire a su alrededor, golpeando sus oídos, le provocó una euforia perversa por la anticipación de medir sus fuerzas y comprobar qué tanto retenía aún de su vigor y habilidades; una carcajada estruendosa, apenas mitigada por los chillidos de los adversarios que se lanzaron al encuentro de los dos regentes, salió de su garganta, envileciendo todavía más sus ansias por destrozar la pequeña horda de diablos inferiores que habían enviado contra ellos. Craso error. Si bien aquello solo representaba una fracción minúscula de las legiones que Baal tenía bajo sus órdenes, se trataría de una pérdida innegable, pues las fuerzas de Astaroth y Flauros combinadas darían cuenta de ellos sin reparos, con facilidad.
Derramó la primera sangre cuando un demonio, insensato y tan sediento como él, se arrojó en rauda carrera, con las garras en ristre y las mandíbulas prestas a atacar; sin embargo, su vuelo fue atajado por Flauros, quien le atravesó limpiamente con un golpe certero y rápido hacia el frente, con la punta de su dardo encontrando el espacio entre las fauces ajenas para introducirse entre ellas; los pequeños ojos del ente se abrieron por la sorpresa, antes de que el fuego hiciera presa en él, consumiéndolo hasta volverlo cenizas en pleno aire. La satisfacción asomó a los ojos de Flauros, quien, sin detenerse, pronto alcanzó a Astaroth, cubriéndole la espalda.
"Un buen ejercicio de calentamiento, ¿no te parece?"
Murmuró con sorna entre dientes, de forma que solamente su compinche lograría escucharlo. Echó un vistazo rápido en derredor, contando en voz baja a medida que su vista descubría un nuevo objetivo para su furia; los seres, de naturaleza variopinta pero indudable rango inferior, comenzaban a estrechar el cerco alrededor de ellos, armados con todo tipo de instrumentos mortíferos, o en la ausencia de ellos, desnudando garras y colmillos para atacar. La arrogancia de Flauros, motivada por la riña inminente, le hizo lanzar una nueva y más sonora risa, que pareció partir el firmamento infernal como el estruendo de una montaña viniéndose abajo. Tales eran su regocijo y la maldad de su gesto, que pronto recordó a un felino acechante: el Leopardo Blanco estaba de vuelta.