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Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano existía un templo blanco como el marfil. Pristino, puro pero recto y firme, era la epítome del Orden en la región de Auroch.

Fue allí donde las primeras memorias de cierto niño bastante especial comenzaron a forjarse, en antaño dónde sólo había silencio y conocimiento. Dónde las emociones humanas no tenían cabida.
 
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Mientras iban de camino al templo que la pequeña había interpretado en sus sueños, esta se limitó a mirar el paisaje tras la ventana del carruaje, esperando encontrar un rastro de emoción, o sentimiento, pues si bien, sabía que estaba próxima a conocer al ser con quien compartiría su eternidad, tristemente ningún sentimiento parecía despertar en su interior.

« ¿Dos ascendidos son capaz de sentir amor?, ¿cómo se supone que debemos salvaguardar el equilibrio, si ni siquiera podemos ser partícipes de este? Estoy cansada, quiero irme de aquí. Pero... ¿A dónde podría escapar? Ao está en todas partes, aun si este desea no estarlo, ¿Cómo es que el consejo puede considerar mi existencia una bendición? »
 
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