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Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano existía un templo blanco como el marfil. Pristino, puro pero recto y firme, era la epítome del Orden en la región de Auroch.

Fue allí donde las primeras memorias de cierto niño bastante especial comenzaron a forjarse, en antaño dónde sólo había silencio y conocimiento. Dónde las emociones humanas no tenían cabida.
 
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Una vez Rihannon despertó, mando a llamar a los miembros del consejo de inmediato, con la noticia de que había conseguido el paradero de uno de los ascendidos. ¿Como pudo deducir algo así? Era sencillo, pues a pesar de que sus visiones solían ser constantes, pocas veces provocaban algo en ella, y la de aquella noche, indiscutiblemente había conseguido alterarla.

Los miembros del consejo creyeron cada una de las palabras de la pequeña, y a primera hora de la mañana siguiente, hicieron todos los preparativos para dirigirse al destino que Rihannona había descifrado en dicha visión. Aquel viaje se vería agrupado por siete miembros del consejo, cincuenta y siete guardias reales, y dos clérigos de alto nivel. Un equipo moderado, pero útil en caso de cualquier riesgo, en especial portando a la encarnación de Ao, quien, a causa de su corta edad, aun podría correr riesgo en caso de ser víctima de una emboscada. (…)
 
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