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Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano existía un templo blanco como el marfil. Pristino, puro pero recto y firme, era la epítome del Orden en la región de Auroch.

Fue allí donde las primeras memorias de cierto niño bastante especial comenzaron a forjarse, en antaño dónde sólo había silencio y conocimiento. Dónde las emociones humanas no tenían cabida.
 
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La imagen era difusa al principio, pues no parecía haber luz alguna. Era extraño, pues Riha de alguna forma podía sentir que nunca antes había percibido tanta oscuridad en su entorno. Aun así, no parecía tener miedo, ni duda, por lo que trato de caminar hacia el frente, teniendo fe de que nada la hiciera tropezar en el camino ¿Había que encontrar algo? No estaba segura, pero algo dentro de ella, le aseguraba que no debía detener el paso.

El tiempo era distorsionado en dicha visión, algo similar a lo que ocurre en los sueños, donde los segundos se convierten en horas, provocando que la pequeña comenzara a desesperarse. Aun así, su espera culminaría en ese instante, pues de forma repentina, una luz cegadora se manifestó de forma expansiva en toda el área, haciendo desaparecer hasta el más mínimo rastro de oscuridad, (…)
 
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