Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano existía un templo blanco como el marfil. Pristino, puro pero recto y firme, era la epítome del Orden en la región de Auroch.
Fue allí donde las primeras memorias de cierto niño bastante especial comenzaron a forjarse, en antaño dónde sólo había silencio y conocimiento. Dónde las emociones humanas no tenían cabida.
Recordando sus vagas y primeras memorias, y cómo ese templo, que fue erguido alrededor del cristalino manantial creció a lo largo de los años hasta convertirse en lo más parecidoa su hogar, el chico no se movió hacia la entrada principal. Sus pies subieron por sobre gradas a toda velocidad, uno de los escribas tuvo que moverse del camino para evitar tirar todos los rollos que llevaba entre sus brazos, mientras el jóven de marfil simplemente continuaba ascendiendo, ya a esas horas, pues era casi la sexta hora de ese día destinado, comenzaban a caer los rayos de sol de modo que su dorada luz candorosa caía por sobre el chico albino quien se vería obligado a cubrirse de la luz del sol con su diestra al salir a uno de los balcones.