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Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano existía un templo blanco como el marfil. Pristino, puro pero recto y firme, era la epítome del Orden en la región de Auroch.

Fue allí donde las primeras memorias de cierto niño bastante especial comenzaron a forjarse, en antaño dónde sólo había silencio y conocimiento. Dónde las emociones humanas no tenían cabida.
 
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Ashmedai · 36-40, M
Ya era la quinta hora de la mañana, y en aquel instante ya los monjes silentes que eran sirvientes de aquel chico se encontraban en el lugar, habiéndole vestido con túnica blanca, y perfumándole con varios suaves pero exquisitos aromas traídos del este, el chico era preparado. En ese instante mientras algunos collares de oro y aretes eran puesto en el varón, pálido como el márfil de ese templo, se levantó sabiéndose listo y asintiendo hacia los monjes.

A pesar de todo, era un niño, la curiosidad le invadía por lo que pies descalzos comenzaron a moverse por sobre pasillos inmaculados hacia el siguiente destino. El sacerdote del templo le había dicho que hoy sería un día bastante especial, y por ende apurado para moverse hacia la entrada de ese recinto se notó apurado para encontrarse con aquella que aparentemente estaba destinada a estar a su lado cuando cumpliesen la mayoría de edad.
 
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