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AsarrRhage · M
Después de aquél último comentario; el varón sonrió, en un suave esbozo ladino desde sus bermejas fauces, manifiestas pese a la barba tupida; con visos cobrizos pero con un dorado visible en sus fines. Los ojos le chisporroteaban, en aquél mítico celeste que les embellecían, conservando el mutismo en sus labios; sin proferir palabra alguna… simplemente sonriendo carismático y fijándose en la fémina de soslayo, sin perfilar el rostro hacia ella; pues hallóse de costado, moviendo su cabeza y denotando el mismo gesto de “reclamo” que recibió.
—: Hablando de cosas que nunca cambian. —replicó con mordacidad, en una entonación como si le faltase el aire, dibujando una pantomima graciosa de asombro en su ademán. Comenzando así, a desvestir el capuz que le cubría la cabeza, exhibiendo un desmelenado cabello lacio; como oro pálido, que se mecen a los costados de sus fuertes pómulos. —Si así actúas cuando no se te ha invitado... —prosiguió después de una leve pausa—, me empiezo a preocupar sobre cómo sería si lo hago. —añadió nuevamente con la sátira habitual en aquél, abriendo sus párpados con gracia, mientras le seguía el paso. La brisa se agitó con mayor premura; preludio del vendaval que caería sobre ellos; por fortuna, la cabaña integraba en sus rasgos, leños de los más recios robles que habiánse en el bosque.
Al ingresar, sobre el costado diestro, se podía apreciar un anaquel con búcaros que contenían las provisiones para el invierno que solía varear en aquellas tierras escandinavas. La luz del exterior, yacía tamizada; colándose por los desperfectos entre las maderas que componían paredes, viéndose cada vez más sombría por la caída de la noche. Empero, la raíz primaria de iluminación, pertenecía a la cálida lumbre de velas aglomeradas en puntos estratégicos del interior.
Sus férreas pisadas resonaron sobre el solado de madera que revestía el níveo suelo. Frotándose las palmas de las manos entre sí, con un frígido vaho escabulléndose de sus fauces.
—: Al fondo, al lado del lecho puedes hallar atuendos. Sólo no esperes algo muy… "distinguido." —dijo, conservando el humor de su gracia, en alusión a los vestuarios montuosos con los que solía ataviarse—, Tal vez quieras hablarme un poco de lo ocurrido, porque hueles a magia extranjera. Y no precisamente de los helenos. —agregó, aproximándose al anaquel—, ¿Aguamiel? Nunca habrá mejor forma de reponer fuerzas, bebida de "dioses" después de todo.

—: Hablando de cosas que nunca cambian. —replicó con mordacidad, en una entonación como si le faltase el aire, dibujando una pantomima graciosa de asombro en su ademán. Comenzando así, a desvestir el capuz que le cubría la cabeza, exhibiendo un desmelenado cabello lacio; como oro pálido, que se mecen a los costados de sus fuertes pómulos. —Si así actúas cuando no se te ha invitado... —prosiguió después de una leve pausa—, me empiezo a preocupar sobre cómo sería si lo hago. —añadió nuevamente con la sátira habitual en aquél, abriendo sus párpados con gracia, mientras le seguía el paso. La brisa se agitó con mayor premura; preludio del vendaval que caería sobre ellos; por fortuna, la cabaña integraba en sus rasgos, leños de los más recios robles que habiánse en el bosque.
Al ingresar, sobre el costado diestro, se podía apreciar un anaquel con búcaros que contenían las provisiones para el invierno que solía varear en aquellas tierras escandinavas. La luz del exterior, yacía tamizada; colándose por los desperfectos entre las maderas que componían paredes, viéndose cada vez más sombría por la caída de la noche. Empero, la raíz primaria de iluminación, pertenecía a la cálida lumbre de velas aglomeradas en puntos estratégicos del interior.
Sus férreas pisadas resonaron sobre el solado de madera que revestía el níveo suelo. Frotándose las palmas de las manos entre sí, con un frígido vaho escabulléndose de sus fauces.
—: Al fondo, al lado del lecho puedes hallar atuendos. Sólo no esperes algo muy… "distinguido." —dijo, conservando el humor de su gracia, en alusión a los vestuarios montuosos con los que solía ataviarse—, Tal vez quieras hablarme un poco de lo ocurrido, porque hueles a magia extranjera. Y no precisamente de los helenos. —agregó, aproximándose al anaquel—, ¿Aguamiel? Nunca habrá mejor forma de reponer fuerzas, bebida de "dioses" después de todo.
