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AsarrRhage · M
Al estrechar la distancia hasta él, le vio, con una palidez casi cadavérica en su vigorosa tez, debido a las prolongadas semanas que ha estado habituando aquella vetusta cabaña en álgido invierno, pero la impavidez seguía situada en su imperturbable mirar. Empero, el esbozo de una peculiar sonrisa chulesca y mordaz no tardó demasiado en esfumar cualquier viso de nerviosismo que pudiese haber, rompiendo a reír, sin exhibir la dentadura y negando con leves movimientos de su cabeza; más sus facciones se tensaron.—: Luces terrible. Es la primera vez que mis ojos te aprecian en un estado tan… —Hizo una efímera pausa, concluyendo.—: macilento. O debería decir, tan descompuesto. —No se veía impresionado por aquél sórdido aspecto en la doncella guerrera; parecía tomarlo en burla, más sus azulados y beatos ojos le escrutaron con fugaz minuciosidad.
Le conocía bastante bien ya, formidable desafío para sus fuerzas debió ser aquél o aquellos adversarios a los que enfrentó.—: En cualquier momento, la noche caerá. Tal parece que se aproxima una tormenta. —Hizo mención, mostrándose mayormente discreto, dedicando a su vez, una escueta mirada soslayada al alto cielo plomizo. Sintiendo sobre sus fuertes pómulos, el mecer agitado de la nevisca; hogareño clima del norte.—: Estarás bien aquí. —Inclinando su cabeza en un movimiento sutil, señalóle hasta la entrada de la servil cabaña.—: Pasa, no esperarás invitación ¿O sí?... —Dijo aquél, con espontáneo sarcasmo y un gesto cómplice a sus palabras; echando un último vistazo meticuloso a los alrededores. El interior de aquella morada cabreriza; cuya puerta se apreciaba entreabierta, poseía una estructura de estilo escandinava: Paredes edificadas —no muy espaciosas— en maderas avituallados por los robles más recios; paredes adornadas con escudos y corazas de diversos tamaños, bancos y banquetas, el lecho donde solía aquél varón conciliar sus sueños, además de una hoguera que conservaba el cálido clima interno, haciéndola confortable.
Plácido era el ambiente, calmó y acogedor, que aquel sucesor de los Asios no solía frecuentar; sin embargo, había forjado un estrecho lazo afectivo con el lugar, conveniente para su cimera soledad.
Le conocía bastante bien ya, formidable desafío para sus fuerzas debió ser aquél o aquellos adversarios a los que enfrentó.—: En cualquier momento, la noche caerá. Tal parece que se aproxima una tormenta. —Hizo mención, mostrándose mayormente discreto, dedicando a su vez, una escueta mirada soslayada al alto cielo plomizo. Sintiendo sobre sus fuertes pómulos, el mecer agitado de la nevisca; hogareño clima del norte.—: Estarás bien aquí. —Inclinando su cabeza en un movimiento sutil, señalóle hasta la entrada de la servil cabaña.—: Pasa, no esperarás invitación ¿O sí?... —Dijo aquél, con espontáneo sarcasmo y un gesto cómplice a sus palabras; echando un último vistazo meticuloso a los alrededores. El interior de aquella morada cabreriza; cuya puerta se apreciaba entreabierta, poseía una estructura de estilo escandinava: Paredes edificadas —no muy espaciosas— en maderas avituallados por los robles más recios; paredes adornadas con escudos y corazas de diversos tamaños, bancos y banquetas, el lecho donde solía aquél varón conciliar sus sueños, además de una hoguera que conservaba el cálido clima interno, haciéndola confortable.
Plácido era el ambiente, calmó y acogedor, que aquel sucesor de los Asios no solía frecuentar; sin embargo, había forjado un estrecho lazo afectivo con el lugar, conveniente para su cimera soledad.