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Y así de un día para otro el ambiente del castillo cambió una mañana. Había vuelto a su hogar con intenciones de empacar algunas cosas e irse a hospedar con su querida amante el tiempo que le quedase, pero algo andaba mal. La gente corría de un lado a otro, los sirvientes habían sido encarcelados; eso sólo significaba una cosa: El Rey había muerto.

Había que encontrar a Aegon, y después de unas buenas horas de berrinche dio con él. La familia se reunió, se evaluaron las alianzas y se asesinó a los traidores; la coronación de Aegon estaba planeada.
¿Qué más se esperaba de él? Lo supo pron
 
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AemondTargaryen · 31-35
Pasó la mañana fuera de la habitación de Jana, leyendo un pedazo de papel que uno de los cuervos trajo: era una orden de búsqueda y captura. Algunos pobres idiotas habían quedado vivos; no durarían mucho.

El rechinar de la cama lo alertó. Se apresuró a ponerse de pie y entrar a la alcoba, para toparse con la bruja despierta... No tuvo idea de cómo reaccionar.

¿Quién era ella, y quién era él? ¿Cómo debería reaccionar? Aún había un vacío en su corazón, un inmenso luto acumulado y correspondiente a tantas personas que aplastaba cualquier sentimiento a punto de florecer. Le agradó verla... Pero no hubo más.

Él incluso había perdido todo lo que lo convertía en Aemond.

— Despertaste. — Atinó a decir. Se aproximó a ella y se sentó a lado de la cama. Quería preguntar qué había hecho y por qué, pero temía más por que los encontraran y esas preguntas jamás pudieran responderse.

— Tenemos que irnos. —
 
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