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𝑀𝑎𝑟𝑐ℎ ℎ𝑎𝑟𝑒’𝑠 𝑏𝑖𝑟𝑡ℎ𝑑𝑎𝑦
Role con Priya.
 
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AKs1570683 · 22-25, F
—Buenas tardes. — Pensó en los buenos modales que debería mostrar al entrar a una tienda, se tratara de Londres o Wonderland. Hizo de sus labios una sonrisa mediana pero sincera. Aquella chica tenía la misma vibra serena que la reina blanca; si se atrevía a pensarlo, eran bastante semejantes, solo que éste nuevo personaje lucía muy... irreal.

—Estoy buscando un obsequio para mi amigo, la liebre de Marzo. Pronto será su cumpleaños y no sé qué regalarle. — Si Alice destacaba en algo con honores, era en su amplia sinceridad a la hora de hablar. — ¿Cree que una de sus muñecas sea un buen regalo para una liebre? — Tensó el entrecejo unos segundos. "¿Qué tan disparatado sonó eso, Alice? Debiste preguntarle al conejo blanco. ", se dijo, en la privacidad del pensamiento.

— Son muy bellas. Sus muñecas. ¿Las ha fabricado usted misma? —

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AKs1570683 · 22-25, F
—¿Mi ayuda? —


Giró en dirección a la vocecilla. Vasta fue su sorpresa al encontrar ante sus ojos una de esas finas muñecas, trepando un mueble como si un niño trepara un árbol. Era tan pequeña y bonita, que le entró miedo a que ésta pudiese trastabillar y caer al suelo.
Alice, de buena manera, se apartó del aparador; con las manos extendidas, las colocó a la altura de la muñeca para que hicieran la labor de un escalón. Nadie conocía mejor que ella lo amenazante que el mundo se vuelve cuando mides apenas 15 centímetros.

— Debes tener cuidado. — Dijo Alice — Hoy no he traído el lado de la seta que te hace crecer. Si te caes, te lastimarás. — Entonces, la muñeca no fue su única compañía. Una joven de tez tan blanca como la leche, y cabellera dorada, hizo acto de presencia. Alice lo supo con escuchar su voz.
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Otra figura, más alta y flaca, se encaminaba hacia vestíbulo. Pasó tras una columna blanca, marmórea como el rostro que miraba a la cliente nada más situarse al lado de la muñeca. Pareció ignorar los estragos de la pequeña, había captado más su atención la recién llegada.

Dedicó unos segundos incómodos en, simple y meramente, observarla. Uno se podía dar cuenta de que la dueña misma se veía como una de sus muñecas a tamaño real. No obstante, lo artificial parecía chocar contra algo más... natural. Una esencia extraña. Sus ojos brillaban como si existiese un sentimiento tras ellos.

—Bienvenida.— Saludó. Tenía una vocecilla triste, melancólica.

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[ https://www.youtube.com/watch?v=NTfeMhyyy5o ]

Abrir sus puertas era el paso hacia otro mundo. Una melodía distante se anteponía a la ambientación del exterior. Cuanto más se adentraba uno, más se sentía como si del cielo brotase tal armonía, y que el corazón respondía con calidez. La perspectiva y el espacio se plegaban, el interior de la tienda no cuadraba con lo visto desde fuera. El techo era una inmensa cúpula, casi infinita y muy alta, los pasillos se estiraban y las cosas por lo general eran más inmensas de lo habitual. Sus clientes no irían como ratoncillos, sin embargo. Solo se trataba de una sensación de magnificencia.

Los objetos, las estanterías, todo daba una apariencia rígida e inamovible en comparación a la vida que existía afuera.

—¡Hola!— Exclamó una pequeña muñeca, mientras sufría estragos para terminar de escalar la mesa. —¿Podría ayudarme? Entre que viene Mamá.

[...]
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Empujó con suavidad la puerta y accedió. Tantas muñecas eran dignas de ser plasmadas en una pintura al óleo; el estilo le recordaba a "Las meninas". Conforme avanzaba, se daba cuenta que cada muñeca era más bonita que la anterior. Sus ojos no paraban de recorrer centímetro a centímetro la tienda.

Curiosesco y curiosesco...


Finalmente, llegó a la mesa aparadora. Tocó la campanilla un par de veces y esperó a que el dueño saliera. Una muñeca sería un obsequio tan bonito como inusual.

¿Hola?


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Podía probar la mermelada de fresa cuando una cuchara pasaba frente a su rostro; era suficiente con estirar la mano adelante y hacerse de una porción en el dedo índice, antes de que el cubierto se estrellara a un árbol.

¿Qué había encendido el acalorado festejo? El cumpleaños de la liebre de marzo. Imaginaba que Wonderland era lo suficientemente descabellado para pasar por alto las fechas de nacimiento, pero grande fue su sorpresa al descubrir que no era así.

Un regalo. ¿Qué regalo? ¿Qué darle a una liebre que pierde los estribos con una sola gota de té? Tan rápido como le llegaban ideas a la cabeza, iba descartándolas como el deshojar intencional de una flor. El pueblo, por el lado de la reina blanca, contaba con un amplio abanico de locales donde encontrar el obsequio perfecto sería cuestión de minutos. Justo cuando pasaba frente a la fuente de la plaza, vio su reflejo en una tienda que no notó antes.

Una tienda de muñecas. Leyó en voz alta. [2/?]
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Todo concepto de la palabra cumpleaños se vino abajo cuando conoció Wonderland. Las fiestas en Londres se limitaban a pomposos vestidos de alta calidad; un mar de familias de abolengo que no paraba de presumir lo afortunados que eran por ver crecer sus negocios y llevarse exorbitantes ganancias a los bolsillos. También estaban aquellos que se jactaban de poseer una numerosa familia que alzaba con orgullo el apellido familiar. La comida, insípida a su gusto, se basaba en guisos exóticos y de pequeñas cantidades como para saciar el estómago. Cuán aburrido era meterse en ese pequeño mundo donde el prestigio era lo único importante, donde si no resaltabas exquisitamente, eras un don nadie.

Para fortuna suya, Wonderland era perfecto siendo imperfecto, al igual que sus alocadas celebraciones.

"¡Zaz!, ¡Paff!, ¡Ploc! " Platos y tazas salían volando de derecha a izquierda, y de izquierda a derecha; de abajo hacia arriba, y de arriba hacia abajo.
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