La mochila en su hombro se sentía ligera, todo en ella se aligeraba con el abrazo que él le impartió. Habían veces que las acciones demostraban más que cualquier compendio de palabras, ésta era una de esas. Ese abrazo le nutrió el pecho y acarició lo que muchas veces dudó tener: Un alma. Era cálido ¿cómo es que ambos seres tan disfuncionales lograban darse calor y confort? Un par de serpientes totalmente.

Kaalia sonrió a ojos cerrados, las cejas se le fruncieron de mera ternura y le abrazó con la misma fuerza, suspirando entrecortada— Me alegra no haber muerto esa noche en aquél callejón, gracias por volver... Por buscarme esa noche al irme. También me rescataste de mi misma. —dijo. Y sus manos se llevaron para hundirse en la nuca de Andi en caricias— Siempre vuelve, Andi, siempre. No importa lo que suceda, siempre querré que vuelvas, y siempre iré por ti.