— ¿No te parece innecesaria la violencia? No se trata así a los viejos amigos.

— ¡No somos amigos! Ustedes... Ustedes me traicionaron.

— ¿Ustedes? ¿Yo? No... No te equivoques, yo no tuve nada que ver en eso. Fue cosa de Alexander y tuya.—dijo ella al llevarse el cigarrillo de clavo a los labios, dándole una calada breve.— Nadie te dijo que podías asesinar a unas prostitutas ¿cuántas fueron?... Ah, ocho. —sobreactuó una indigación tan falsa que no tuvo más que sonreír al final.

— Sabes que no fui yo, tú sabes que no fui yo. —para ese punto el hombre ya estaba más que cabreado, tenso. El lugar no daba pie a desatar su cólera, pues era un sitio publico con personas alrededor, comensales del lujoso restaurante. — Todo fue una sucia trampa de Alexander para quedarse con el dinero de los prostíbulos que habíamos tomado. Ese bastardo me mintió.