26-30, F
Egoista
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DateMasamune · M
Asecharía a los árboles y arbustos y todo aquel animal que se le apareciera, ciertamente con el paso de los minutos el aroma se acentuaba más, instintivamente interpreto que estaba muy cerca de lo que anduviese por allí, cuando sin más escucho como unos arbustos se estremecían originando que innumerables hojas se desprendiesen de sus ramas creando como una cortina otoñal momentánea, rápidamente aquel jinete salió también de aquella espesura forestal para ver lo asertiva que era su deducción “Una mujer” se dijo así mismo victorioso.
Se mantuvo tras de aquel caballo mientras la mujer hacia los esfuerzos por dominarle, sin embargo notó que un reptil se le ocurrió la brillante idea de hacerse presente frente al semental haciendo que sus nervios se desequilibraran originando que la anónima joven cayese en el pasto, vio como la bestia se alejo hacia el bosque, y sin perder tiempo avanzo a grandes saltos hasta la víbora para ponerle fin a su existencia con un aplastar de su cabeza con la suela de su calzado.
Dejó el cadáver sin vida del reptil para ahora ver con una rodilla hincada en el pasto el cuerpo desmayado de la misteriosa mujer. Sus ropas victorianas pusieron al descubierto que pertenecía a la nobleza sin mencionar lo pulcro que estaba su rostro impregnado de un maquillaje natural. Para aquel oriental fue una hermosa imagen, tal vez debería aprovechar una oportunidad como esa, el más depravado de los hombres lo haría, no obstante aquel ser de un solo ojo no era como muchos, y más era el honor y el orgullo que había en su interior que la lujuria que a veces abatía el carácter masculino. Entre sus brazos tomó el cuerpo, caminó hasta un árbol de grueso tronco, la recostó a él. Las copas del árbol se desbordaban hacia el arroyuelo creando un techo repleto de hojas coloridas que caían en la corriente de la fluyente agua cristalina. Pasaron los minutos, el Tuerto sintió que debía despertarle y para hacerlo sacó de su pequeño bolso sujeto a la montura de su caballo una vasija de arcilla la llenó de agua y sin reservas le dio de beber a la mujer, espero a que aquel gesto hiciera efecto. Su mirada estaba fija en los parpados caídos y sus brazos estaban puestos en la vasija que le daba de tomar, su salvaje cabellera se mantenía en movimiento por la brisa del bosque y sus facciones modestas y atractivas permanecían inmóviles.
Se mantuvo tras de aquel caballo mientras la mujer hacia los esfuerzos por dominarle, sin embargo notó que un reptil se le ocurrió la brillante idea de hacerse presente frente al semental haciendo que sus nervios se desequilibraran originando que la anónima joven cayese en el pasto, vio como la bestia se alejo hacia el bosque, y sin perder tiempo avanzo a grandes saltos hasta la víbora para ponerle fin a su existencia con un aplastar de su cabeza con la suela de su calzado.
Dejó el cadáver sin vida del reptil para ahora ver con una rodilla hincada en el pasto el cuerpo desmayado de la misteriosa mujer. Sus ropas victorianas pusieron al descubierto que pertenecía a la nobleza sin mencionar lo pulcro que estaba su rostro impregnado de un maquillaje natural. Para aquel oriental fue una hermosa imagen, tal vez debería aprovechar una oportunidad como esa, el más depravado de los hombres lo haría, no obstante aquel ser de un solo ojo no era como muchos, y más era el honor y el orgullo que había en su interior que la lujuria que a veces abatía el carácter masculino. Entre sus brazos tomó el cuerpo, caminó hasta un árbol de grueso tronco, la recostó a él. Las copas del árbol se desbordaban hacia el arroyuelo creando un techo repleto de hojas coloridas que caían en la corriente de la fluyente agua cristalina. Pasaron los minutos, el Tuerto sintió que debía despertarle y para hacerlo sacó de su pequeño bolso sujeto a la montura de su caballo una vasija de arcilla la llenó de agua y sin reservas le dio de beber a la mujer, espero a que aquel gesto hiciera efecto. Su mirada estaba fija en los parpados caídos y sus brazos estaban puestos en la vasija que le daba de tomar, su salvaje cabellera se mantenía en movimiento por la brisa del bosque y sus facciones modestas y atractivas permanecían inmóviles.