26-30, F
Egoista
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DateMasamune · M
A pesar de las desigualdades que pueden tener los hombres en tiempos de Guerra, siempre llega el momento de un descanso, o más bien de un acuerdo entre todos los clanes en el cual se estipula que entre un lapso de tiempo no habrán batallas, ni enfrentamientos, pero que sin embargo la Guerra sigue en pie. El tiempo estimado era de 40 días. Japón el país que era el escenario para aquellas escenas tan especiales por ahora permanecía en calma. Cada barón feudal yacía en donde quería estar, pero no todos cumplían con aquel adoctrinamiento. Fuera de aquel continente asiático, yendo hacia Europa iba una embarcación de velas azules con destino hacia Londres, llevarían ya casi navegando 25 días, el objetivo de aquel viaje no era solo de visita, se había corrido el rumor de que algunos traficantes de esclavos habían capturado a algunos ciudadanos de cierto distrito japonés que luego comercializarían en los puertos de Londres - Inglaterra.
La embarcación llegó a uno de los puertos de aquella ciudad a eso de las 2 p.m. del día 25. Era una misión que debía ser “secreta”, por consiguiente aquel barco en completa disfraz de mercantes arribó al muelle, bajaron la rampla, y de esta comenzaron a bajar varios hombres con uniformes azulino idénticos, en sus regazos mantenían sujetos grandes cajas que comenzaron a apilar en un almacén que ya había sido abierto y vigilado antes de que estos llegasen. Mientras aquellos hombres cumplían con su deber, también bajaron de aquella nave par de sujetos de vestimentas peculiares, uno mantenía un gabán caoba, y el otro estaba vestido completamente en azul, dada la poca luminosidad del muelle no se apreciaba con más precisión los detalles de sus indumentarias.
Aquellos dos hombres decididos en cumplir con la misión ocultaron sus armas bajo de dos abrigos que habían traído para mantenerse “bajo margen” y no destacaran tanto. Ingresaron en la ciudad, adentrándose entre calles, vías, callejones, avenidas, hubo un punto en que decidieron separarse –para abarcar mayo radio-. El del gabán caoba se fue hacia el lado de las urbanizaciones, y el azulino se fue hacia el lado de los montes, las colinas, bosques y bosquecillos serían su territorio mientras su espesa búsqueda tomaba pronto coherencia, suponiendo que por ahí sería más obvio que hubiese transiciones de esclavos. El azulino de cabellera encrespada, y de parche diestro observaba a los costados de aquellos arboles, aquellos rincones proliferados de especies silvestres tanto animales como vegetales, disponía también de un caballo, llevaba sus riendas en su mano mientras este caminaba junto al semental en aquel campo verdoso repleto de herbaje tupido. Prontamente divisaría un arroyo, de inmediato pensaría y llevaría a su semental de piel oscura hasta aquel fluyente, debía descansar, debía hacerlo, llevaban cuatro horas en trote y búsqueda continua. Traspasaría el umbral orillado por los arbustos, para ir directo hacia el arroyo, dejándose ver en todo su esplendor quien era el jinete con su armadura cromada y de telas azules al estilo oriental, y lo ignorante que se mostraba de que alguien estuviese en el mismo arroyo.
La embarcación llegó a uno de los puertos de aquella ciudad a eso de las 2 p.m. del día 25. Era una misión que debía ser “secreta”, por consiguiente aquel barco en completa disfraz de mercantes arribó al muelle, bajaron la rampla, y de esta comenzaron a bajar varios hombres con uniformes azulino idénticos, en sus regazos mantenían sujetos grandes cajas que comenzaron a apilar en un almacén que ya había sido abierto y vigilado antes de que estos llegasen. Mientras aquellos hombres cumplían con su deber, también bajaron de aquella nave par de sujetos de vestimentas peculiares, uno mantenía un gabán caoba, y el otro estaba vestido completamente en azul, dada la poca luminosidad del muelle no se apreciaba con más precisión los detalles de sus indumentarias.
Aquellos dos hombres decididos en cumplir con la misión ocultaron sus armas bajo de dos abrigos que habían traído para mantenerse “bajo margen” y no destacaran tanto. Ingresaron en la ciudad, adentrándose entre calles, vías, callejones, avenidas, hubo un punto en que decidieron separarse –para abarcar mayo radio-. El del gabán caoba se fue hacia el lado de las urbanizaciones, y el azulino se fue hacia el lado de los montes, las colinas, bosques y bosquecillos serían su territorio mientras su espesa búsqueda tomaba pronto coherencia, suponiendo que por ahí sería más obvio que hubiese transiciones de esclavos. El azulino de cabellera encrespada, y de parche diestro observaba a los costados de aquellos arboles, aquellos rincones proliferados de especies silvestres tanto animales como vegetales, disponía también de un caballo, llevaba sus riendas en su mano mientras este caminaba junto al semental en aquel campo verdoso repleto de herbaje tupido. Prontamente divisaría un arroyo, de inmediato pensaría y llevaría a su semental de piel oscura hasta aquel fluyente, debía descansar, debía hacerlo, llevaban cuatro horas en trote y búsqueda continua. Traspasaría el umbral orillado por los arbustos, para ir directo hacia el arroyo, dejándose ver en todo su esplendor quien era el jinete con su armadura cromada y de telas azules al estilo oriental, y lo ignorante que se mostraba de que alguien estuviese en el mismo arroyo.