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居るとて
雪のふりにけり >>
- Kobayashi, Issa. // Simplemente estando, quedándome en ese estar, caía la nieve. //
 
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Aquel ser que no parecía ser de ese mundo, habría sido exterminado por completo.

Ahora solo quedaba un hombre cubierto por una capucha oscura, este portaba una enorme espada, la cual tendría un gran tamaño, algo que no cualquier persona podría llevar con facilidad debido al peso que podría tener dicha arma, la espada era de tonalidad oscura, haciendo juego con las vestimentas de aquel misterioso hombre. Este, sin repulsión o asco, revisaba uno de los cadáveres de aquellos infortunados samuráis, quienes se despidieron de su vida siendo destrozados como si hubiesen sido animales siendo cazados por un depredador mucho mayor, del cual claramente no tuvieron posibilidad alguna de dar pelea.
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Pero aquella tranquilidad fue interrumpida, cuando aquellos hombres desenvainaron sus katanas, y vieron algo que se aproximó hacia ellos.

Horas después, el lugar era un baño de sangre que ensució la blanca nieve que cubría el suelo debido al frío invierno. La sangre, los restos humanos destrozados y desperdigados por el suelo, se veían extremidades partidas, destrozadas, cadáveres mutilados, abiertos; tripas, huesos rotos, una visión grotesca, horrible. Algunos cuerpos estaban más enteros que otros, pero el destrozo era visible.

Pero habría algo inusual, junto a los restos de cadáveres esparcidos en el suelo, habría un cadáver más grande, con una forma que no era humana, estaba calcinado, decapitado. De lo poco que se pudo apreciar, se vería que era una criatura con cuernos debido a que lo quedaba de su cabeza, y alas que emergían de su espalda, las cuales estaban destrozadas.


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En medio de aquella fría y nevosa noche, unos samuráis se encontraban acampando sentados frente a una fogata, los hombres decidieron esperar en medio de la intemperie a alguien que les contactaría por información de suma importancia, era un acuerdo mutuo y secreto, tal hora de la noche, tal punto de encuentro. Era el lugar adecuado, alejado de la civilización y de posibles espías.

Por supuesto, aquellos hombres eran unos espadachines expertos, entrenados y disciplinados en diferentes artes de combate y sobrevivencia, estaban más que aptos para poder lidiar con aquellos climas tan poco amigables.

Ellos conversaban entre sí, contaban sus vivencias, anécdotas; sea de diferentes duelos que afortunadamente habrían sobrevivido, por supuesto no faltaban los encuentros con mujeres, qué a más de uno, le dio por curiosear entre chistes y preguntas entre camaradas.


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De vez en cuando salía: una noche de paseo requería de semanas de planeación. Ya conociendo los horarios de sueño y escapadas carnales de las regentes, era sencillo escabullirse como un fantasmilla bajo los copos blancos de la noche invernal.

¿Su hermana seguiría jugando con las grullas de papel, como cuando era niña?
Compraría un poco de papel adornado. Tal vez incluso tendría la fortuna de ver los esquifes que llegaban de noche, desde tierras lejanas con mil y una curiosidades.

La última vez se hizo de un pequeño león de Jade; ¿qué podría conseguir hoy?
Con los nuevos barcos y las nuevas rutas comerciales, solía llegar gente de todos lados del Archipiélago. A veces eran desconocidos que inspiraban miedo. A veces era gente interesante.

¿Con qué se encontraría hoy? Pensó, mientras se guiaba por la senda cubierta de nieve.



Los clientes solían regalarle lamparillas de todos tamaños; no entendía por qué.
Lucecillas que se movían dentro de su claustro de vidrio o papel: luciérnagas.
Constelaciones palpables, pequeños trozos de luna regalados por los supremos para guiar los caminos del andante.

Merecen ser libres; libres como las nubes y como el sol. Eso pensaba, mientras yacía en el lecho, en la soledad de las horas.

A veces ella misma se sentía como una luciérnaga: encerrada entre las paredes de papel de una lámpara de burdel. Apagándose lento tras cada cintilar, tras cada batir de alas.

Pero no sería igual en esta noche de Invierno; esta noche probaría un poco de mundo exterior.
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