–Que así sea.– Llevó la mano a la estrecha cintura de su hermana, en un íntimo contacto. Cualquiera que las viera de esa forma, quien se atreviera a interrumpir en el salón del trono y ser testigo de aquel secreto sentiría la furia del Rey y de Rhongomyniad. Tomó su mentón con la mano libre y la obligó a alzar el rostro, un beso daba sobre sus labios con esa promesa sellada. Camelot tenía sin duda un futuro brillante.

La seriedad con la que hablaba acerca de Mordred y su preparación para ser Rey le llenaba el corazón de una felicidad que no podía describir pero bien se transmitía en la claridad de su mirada. Dió un par de palmadas a su mano y se acercó solo un poco para frotar su mejilla con la de ella en un gesto íntimo, deseaba transmitirle tranquilidad. —Lo hará bien, se que tiene todo lo necesario. Solo debemos guiarlo correctamente. —

–No lo recuerdo.– Sus palabras eran sinceras, aquéllos días parecían tan lejanos y distantes, como un sueño del que casi había perdido toda memoria. Lo único que tenía realmente presente y vivo era la espada clavada en la piedra. –Quizás.. .– Miró a su hermana, sus hermosas facciones resaltaban aún más con la luz del atardecer que se colaba por los ventanales del salón del trono. –Tendrá que demostrar su valía, Morgan. Lleva mi sangre y comprendes lo que espero de tu hijo. Le exigiré más que a todos, en cuerpo y mente. Si quieres que sea Rey, deberá demostrar ante mis ojos que es digno.

Cerró sus ojos, tenía razón en lo que le pedía y aunque Mordred era impulsivo se detenía a escuchar las palabras de Morgan. Respiró profundamente, aunque fue por poco tiempo disfrutó de esa cercanía. Pensativa se recargó en su asiento, miró por la ventana y después de unos segundos volvió la vista a su hermana, sujetando su mano con firmeza. —¿Me dirás qué cuando eras más joven no tenías esa misma energía? — con atrevimiento bromeo. —Me haré cargo de tener una charla con el. Pero tendrás que corregirlo en sus entrenamientos si se sale de control. Te admira, va a escucharte.—

–Se que lo tuyo no es la pelea, pero si las palabras, además eres su madre.– Mordred era un torbellino, útil como general, diestro en batalla, pero Altria sabia que su personalidad irreverente e impulsiva podía terminar cavando su tumba. –A ninguno de mis hombres va a seguir o a escuchar, ni siquiera a tus sobrinos. Yo puedo convertirlo en el mejor de los Caballeros, pero solo su madre puede convertirlo en el mejor de los hombres.– Se acercó a ella y se inclinó lo suficiente para depositar un roce con sus labios en su frente. –Necesita mano dura. A veces parece que más que cerebro tiene aire en la cabeza.

Sonrió con calidez, esas palabras que eran solo para ella, en esa intimidad que nada ni nadie podía perturbar. Su diestra se colocó sobre la mano ajena y alzó la mirada con un deje de preocupación a la cual no pudo evitar añadir una mueca. —¿Su temperamento?, ¿Volvieron a tener problemas? — entre más crecía, más difícil era hacerlo escuchar, el muchacho no seguía consejos. — ¿Crees que debemos ponerlo bajo la supervisión de algún caballero?. Lo mío no es la pelea o entrenamientos, eso lo haría mejor bajo tu guía. — acarició su mano delicadamente, quería su respuesta.

Su mano terminó por acariciar la mejilla de la hechicera. Una parte de ella lamentaba el uso de los guantes, le habría gustado sentir su cálida y suave piel mientras le profesaba una devoción única, que solo era para ella. —Eres el pilar más fuerte de esta corte, y me has dado algo que nadie más ha podido darme, y jamás podrá.– La misma mano bajó mientras se acercaba a ella, y se posó en el vientre de su hermana. –Hablando de eso... Tienes que ayudar al muchacho a controlar su temperamento. Van a devolvértelo en pedazos un mal día.

Palabras que le hicieron contener el aliento, sonrió e inclinó su cabeza buscando tener más cerca el tacto de la mano ajena. —¿Por qué lo dices? — sabía pero quería escuchar de sus labios el motivo de su elogio.

Sin duda perteneces a este trono, hermana. -En la intimidad que comparten, solo para ella confiesa aquéllas palabras que de decirse en voz alta podrían comenzar una guerra. Alza la mano cubierta por un guante blanco y acomoda un mechón de su cabello.-