Pensativa, las palabras de su querida hermana hacían eco una y otra vez en su cabeza. Ella tenía razón... debía ser más fuerte. Si deseaba tener a su lado a una Reina debía ser capaz de protegerla, a ella y a todo su pueblo...

—¿Podría practicar contigo?— Apoyó las manos en la banca para acercarse a ella un poco más, a decir verdad hablaba con una voz demasiado baja. Le avergonzaba un poco que alguien se enterara de que el Rey de Britannia era inexperto en ciertos temas. —Es decir... Escucharte hablar, sin empezar a hablar yo de mi como si fuera el Rey pero de los loros... ¡No para la visita! Es decir, cuando llegue el momento... Quiero aprender también estas cosas. Y así la Princesa Guinevere se dará cuenta de lo fuerte y listo que soy, volteará a verme y se casará conmigo.— Era, sin duda, un Rey demasiado joven, uno que confiaba cada vez con más fuerza en las palabras y acciones de la hechicera. Era algo tan simple, y ya le había convencido de actuar del modo que ella deseaba.