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Elsa llevaba noches sin poder dormir tranquilamente gracias a una sirena. Por alguna razón, sentía que aquel llamado imploraba por ella, que había un asunto por resolver donde sólo Elsa era capaz de juntar las piezas del rompecabezas. Anhelaba atender dicho juicio pero, ¿qué pensaría Anna al respecto? Su vida giraba entorno a ella, no sólo al reino. Anna era la persona más importante de su vida y, aunque no era la primera vez que le ocultaba un secreto, la culpa pesaba de la misma forma que años atrás.

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No lo meditó demasiado. Salió en busca del origen de aquella voz. Anna entendería que era parte de su destino, parte de su magia y que el mejor lugar donde ella podía quedarse era en el seguro Arendelle.

Marchó a paso sosegado al establo del palacio; tomó prestado un caballo y carreta, y, aunque Olaf trató de persuadirla a quedarse o al menos permitirle acompañarla, Elsa se negó, agradeciéndole por preocuparse.

Así pues, la reina emprendió viaje. Primer destino: el valle de la roca viviente. Consideró imperativo consultar a quien mayor conocimiento de magia posee; Gran Pabbie.
 
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