Sus ojos jamás habían contemplado tanta magnificencia y abundancia: color, sonidos, criaturas.
La Vía Sacra Romana estaba abarrotada de gente que había acudido a presenciar y loar el Triunfo del César. La carroza que lo transportaba era magnífica; su aspecto, el de un Dios encarnado.
El poderío del hombre era palpable en el chillido y fulgor de las masas.