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{ Supongamos que es una túnica romana.
Su-pon-ga-mos. }
 
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LV1552459 · 31-35, M
Era ajeno a los sentimentalismos, a recibir halagos más allá de su buen trabajo como soldado al servicio de la República, como guerrero leal y perfecto asesino en el campo de batalla; el hombre yacía forjado en acero y sangre, pero no era de piedra, y esas palabras hicieron mella sobre la superficie de una coraza muy gruesa, mucho más con esa delicada mano paseándose a libertad por su rostro, mientras él, vacilante, desvió la mirada en más de una ocasión hasta volver al frente y fundirse en la ajena, luciendo <sin querer en si> ese mismo gesto que ella describía: Un gesto férreo, de líneas gruesas pero bien definidas, y un par de ceñas que casi siempre permanecían fruncidas, un digno hijo de Roma—. Que raro. —comenzó, alzando las cejas falsamente incrédulo—. Juraría a más de una persona le has hecho fruncir las cejas con tu rebeldía e insolencia. —como muy pocas veces rió, ubicando la diestra justo bajo el mentón ajeno, acariciándolo con el pulgar.
 
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